lunes, 17 de marzo de 2014

La Jungla de Asfalto - Capítulo 3 (Humanformers)



Los Ángeles no era sólo una ciudad, si no más bien una jungla de asfalto en la que únicamente el más fuerte, el más apto, el más agresivo, podría sobrevivir.

    En los dos meses que llevaba viviendo en la ciudad de la Costa Oeste, Rung ya había aprendido cuál era el verdadero propósito de una ciudad tan civilizada pero extrañamente salvaje como aquella. El pobre incauto se había embarcado en una búsqueda personal, en un encuentro con los mismísimos ángeles para su crecimiento y purificación.

   Pero entonces ya era demasiado tarde para darse cuenta de la verdad: los ángeles se le estaban tragando. Su amigo Ratchet tenía razón; había algo sucio, manchado y corrupto en esa kilométrica ciudad. Era como un glamour casposo y pasado de tuerca...pero que aún así el mundo entero deseaba. Sin embargo, el inglés recordó al gran y célebre poeta griego Cavafis, cuyo poema ''La Ciudad'' reflejaba que no era la ciudad la que suponía un problema, sino los juicios internos de uno mismo reflejados hacia el exterior. Se dio cuenta que, fuese donde fuese, esa sensación angustiosa iba a acompañarle tanto en su Inglaterra natal como en esta tierra extranjera en la que se encontraba.

  Estos pensamientos le asaltaban ahora, mientras el taxi en el que se hallaba rodaba lentamente por el asfixiante asfalto, que amenazaba con quemar las ruedas. Tuvieron tan mala suerte de encontrarse con un interminable atasco, aprisionándolos entre humo y pitidos de claxon durante más de media hora. La mañana de verano de ese día estaba resultando demasiado calurosa para Rung, y por ello tuvo que abanicarse con la mano para no desfallecer.

-¿Falta mucho? -preguntó el pelirrojo con un hilo de voz, desesperándose cada vez más al ver que la hilera de coches de delante parecía no menguar.

  El taxista, un hindú bajito y regordete movió los hombros, y acto seguido presionó el claxon, rechistando en su lengua materna.

-¡Mi no saber! Mullholand Drive no estar lejos, ¡pero atasco joder todo! - el hindú sentenció con su marcado acento y suspiró, encendiendo la radio y mirando de reojo a su copiloto, que parecía más nervioso y acalorado que nunca. -¿No gusta atasco y coches, eh?.

  Rung giró el pecoso rostro y negó con la cabeza. El hindú notó a la legua que aquel chico que llevaba en su taxi no era un hombre de grandes ciudades, pero prefirió no hacer comentarios al respecto.

-Me produce una angustiante e interminable sensación de claustrofobia - contestó el inglés, colocándose la pajarita algo torcida, que ese día era de un color amarillo tan claro como su chaleco.

-Entonses si parecer bien, tomaremos un atajo. Así, cabeza de fuego no tener que soportar pitidos de claxones- el taxista dijo con algo de gracia, y se dispuso a girar hacia una callejuela de mala muerte (no sin algo de dificultad) para después desaparecer del atasco que parecía no querer finalizar.

  Rung ni se inmutó con el nuevo sobrenombre que el taxista le había dado, pues estaba ya más que acostumbrado a que la gente le pusiese motes absurdos debido a su físico tan peculiar. No os voy a engañar si digo que nuestro protagonista temió exageradamente por su vida en aquellos instantes, pues el taxista hindú conducía por unos lugares realmente estrechos y extraños, además a velocidades realmente inadecuadas. El inglés pensó que por esa clase de cosas nunca iba a ser capaz de sacarse la licencia de coche en su vida. Lo suyo indudablemente era pasear tranquilamente con la bicicleta por los suaves y amorosos paisajes del Hyden Park.

  El temor desapareció de pronto cuando por fin se vieron libres de la sombra de los altos rascacielos de la ciudad. Ahora iban, efectivamente, por la autopista del Norte, y Rung pudo observar como se alejaban de ella para entrar en una zona montañosa y muy bella que procuraba unas vistas panorámicas espléndidas de Los Ángeles, aunque la ciudad se viese tristemente empañada por el humo de contaminación en aquellas horas de la mañana. Primero, el taxi se tambaleó al ritmo de la música hindú por los bosques interminables de robles y centenos, hasta que al cabo de unos pocos minutos llegaron a lo que parecía ser una zona residencial de la carretera de Mullholand Drive. El taxista murmuró la dirección en la que su copiloto debía destinarse y entonces, dió un frenazo inesperado que casi le cuesta las gafas a Rung.

-¿Qu-Qué? - él murmuró casi sin aliento, colocándose las gafas circulares que habían caído al suelo.

-¡Mil perdoneses! -desde luego, el inglés de aquel taxista no era para tirar cohetes -Aquí destino. Calle de la Haya, número 18. Aquí es. Y ahora, pagar.

  Rung ya había sacado un billete grande de la cartera de cuero, y se lo dió al taxista con una sonrisa agradecida.

-Quédese el cambio, por las molestias de haberme traído hasta aquí -

  El hindú parecíó estar realmente agradecido por la generosidad del inglés, y sin rechistar cogió el billete al vuelo, dándole miles de gracias. Al poco tiempo el taxi salió disparado del barrio con la música característica que le acompañaba, que Rung siguió oyendo hasta que estuvo muy lejos de allí.

  Al inglés las enormes casas de ese barrio residencial le recordaron mucho a las mansiones londinenses de cristaleras impolutas y grandes balcones. No eran casas extraordinariamente lujosas como las que había tenido ocasión de observar en Beverlly Hills, pero sí que eran hogares para gente que, al menos, podían permitirse vivir bien. Fijando la vista en la casa de tres pisos que tenía delante, supo que no estaba equivocado; la naturaleza no muy recargada pero majestuosa de la fachada, un jardín bastante grande y algo descuidado (algo que a Rung le produjo cierta tristeza) y la alta valla de color marrón que necesitaba una repintada, sugerían que efectivamente se encontraba delante de casa de su amigo.

  La casa de Ratchet.

  Días atrás, su amigo el doctor le había propuesto que visitase su casa en los días siguientes, algo de lo que Rung se sintió muy agradecido. Aquella muestra, viniendo de un hombre de carácter tan asocial como Ratchet, demostraba que no sólo consideraba al psicólogo como su amigo, sino también como un miembro más de la familia. Con una sonrisa Rung recordó las palabras del viejo doctor: ''¡deberías empezar a salir más de su casa y del ambiente de trabajo! ¡Vas a terminar tan loco como tus pacientes!'', e inmediatamente rió a causa de las venas paternales que Ratchet solía tener con él.

  Antes de que pudiese ni dar un sólo paso más observó cómo la puerta de la casa se abría y salía el hombre de la casa, alto y despeinado, con una taza de café en la mano y bajando las escaleras con movimientos perezosos. Rung levantó el brazo y saludó, lo que llamó la atención del doctor que también saludó y se acercó rápidamente a la puertecita de la valla, abriéndola con cuidado.

-¡Si que has llegado pronto! Bienvenido a mi choza, caballero.

-No seas tan modesto - bromeó el otro y respondió al abrazo de Ratchet con algo de efusividad. Empezaron a subir las escaleras y Rung observaba a su alrededor con mucho cuidado y educación, sintiendo que iba a entrar en la intimidad de una persona que, de por sí, no le gustaba que hurgasen en su interior. -No sabía que vivías tan lejos de la ciudad. Desde luego, en este país necesitas tener un coche para moverte.

-¿Has venido en taxi? Te habrá costado lo suyo. Ve con cuidado, algunos suelen aprovecharse de los extranjeros...

-Parecía buen hombre. Me llamó cabeza de fuego. Nunca nadie me había llamado algo tan noble - el inglés bromeó mientras entraban por el portal de la casa, con lo que Rung se agachó y empezó a desabrocharse los mocasines para quitárselos y así no ensuciar el suelo de la casa.

-¡Cabeza de fuego! No parece un mal nombre, pero creo que prefiero seguir llamándote por tu nombre. No te preocupes, ese taxista era un mal educado, como todos en esta ciudad. ¿Qu...qué haces? - Ratchet preguntó dubitativo en cuanto vio a Rung desatarse y quitarse los mocasines. Entonces cayó en la cuenta y negó con la cabeza -¡Ah! No te preocupes, no tengo ningún reparo en que manches nada. No estamos en Japón, y este suelo está hecho para ser manchado. Siéntete como en casa.

  Rung intentó replicar cortésmente, pero Ratchet no se lo permitió y desapareció por un pasillo, a juzgar, dirección hacia la cocina. A cambio le dejó unos zapatos de lana para ir por casa que le venían muy grandes, y Rung supuso que su amigo tenía un pie enorme, tan grande como el de un Big Foot. Trastabillando con esos zapatos, el inglés se dispuso a  mirar a su alrededor con gran curiosidad, con ese escrutinio del ambiente tan particular que tenía y le caracterizaba.

  La sola idea de estar en casa de Ratchet le producía una curiosidad infinita y, a pesar de todo, no podía dejar de sentirse muy bienvenido en ese lugar. Ahora se encontraba en el salón de la casa, y pudo ver que era muy grande y cómodo, con unas cristaleras que sustituían la pared del fondo y daban unas placenteras vistas al jardín y a la panorámica de la ciudad, allá a lo lejos, que parecía silenciosa e inmutable. A la derecha se encontraba la cocina. Echó un vistazo rápido, y vio cómo su amigo abría la nevera y preparaba algunas cosas.
  Luego, se interesó por la zona de estar que se encontraba a su izquierda. Arrastrando los pies, Rung se acercó con curiosidad a un armario cuadrado y grande cargado de libros de medicina. El inglés juró nunca haber visto unos libros de medicina tan variopintos como los que Ratchet atesoraba ahí, y se sintió muy a gusto rodeado de tanta sabiduría concentrada y encerrada en papel. Intentando no tocar nada, pasó la vista por los ejemplares hasta que se encontró con algo que no esperaba ver allí: la foto metida en un marco de madera, casi empotrada al fondo del mueble, como si desease no ser vista. Rung habría hecho la vista gorda, de no ser por la familiaridad de los rostros en la foto. No tardó en reconocer, para su grata sorpresa, a un sonriente Ratchet cogiendo de la cintura a la enfermera con la que le había visto hablando días atrás en el hospital. Aquella enfermera era la misma, no cabía duda: cabello largo y negro recogido en una coleta, aspecto menudo y muy bella. Los dos parecían felices, pero la intuición inagotable del inglés notó algo extraño en esa foto, como si después de toda la alegría superficial hubiese algo malo que inexorablemente se contenía ahí, detrás de esas sonrisas hacia la cámara. 

-¿Qué te apetece tomar? ¿Una cerveza, tal vez? - preguntó el doctor desde la cocina, y unos ruidos de botellas llenaron el ambiente, haciendo que Rung enfocase su atención de nuevo en el mundo real, sintiéndose avergonzado por haber estado cotilleando con algo que parecía muy íntimo y personal.

-E...está bien. Gracias doctor. - carraspeó y rápidamente entró en la cocina, para ayudar a Ratchet con las cervezas -. Tienes una casa hermosa y puedo afirmar que eres muy afortunado de vivir aquí. Tu salón es tan grande como mi casa de alquiler allí, en el centro de la ciudad.

-¿Sigues viviendo en esa ratonera? - dijo Ratchet libremente, fijando la vista sentenciosa en Rung, por debajo de las cejas pobladas -. Tienes suficiente dinero como para irte a un sitio mejor, ¿por qué sigues teniéndole cariño a ese lugar?.

-Porque... me siento solo en una casa tan grande... ¿no te pasa a ti también, Ratchet?.

  Ratchet se sintió sorprendido ante lo directo de la pregunta y miró a Rung, aún sin creerse del todo que el inglés había utilizado su nombre por primera vez desde que se conocían. Ante la pregunta, suspiró haciendo un ruido gruñón, guardando silencio durante un par de largos segundos para al final asentir con pesadez, como si demostrar sus pensamientos o sentimientos a un ajeno fuese algo completamente nuevo para él. Finalmente, tendió una mano sujetando una lata de cerveza muy fría, dándole con la otra mano una palmada de consolación en la estrecha espalda, una palmada tan fuerte que casi hizo que las redondas gafas de Rung cayesen al suelo por segunda vez en el día.

-Algún día deberías venir a vivir conmigo. Entonces, ninguno de los dos se sentiría tan solo en nuestros hogares. 


   La velada fue divertida, un tipo de diversión basado en el poder disfrutar de la compañía y amistad de otra persona sin ningún tipo de tapujo o prejuicio. Un tipo de libertad que el Doctor Ratchet creía haber perdido de forma irrecuperable en su vida. 

  Sintiéndose lleno, apagó la televisión y giró su vista hasta la cristalera del salón, observando para su sorpresa un enorme y pacífico atardecer allá a lo lejos entre las montañas de color ocre. El hombre maduro suspiró y empezó a añorar la presencia de Rung, que había vuelto unas horas atrás a su humilde pero amado hogar, en medio de la caótica ciudad de Los Ángeles. El doctor no podía entender cómo un ser tan bueno y angelical como Rung podía haber caído en un lugar tan atroz, según su experiencia vieja y cansada, como ese. No, Los Ángeles no era más que una jungla que no estaba hecha para los buenos de espíritu, pero tampoco para los viejos lobos solitarios como él. Ratchet se recostó en el sofá, pero al cabo de unos segundos sus huesos decidieron dolerle, por lo que cambió de opinión y se desperezó. Acercándose de forma insegura al enorme armario que tenía ahí delante se le ocurrió la idea de que Rung había visto una parte de él que ni él mismo conseguía recordar. Estiró un brazo por entre los múltiples libros depositados allí, y rebuscó en las entrañas del armario. Las yemas de sus dedos no tardaron en toparse con un marco cuadrado de madera, y el frío cristal transmitiéndole escalofríos. 

  Ya podía verlo, ya podía ver el pasado de nuevo con claridad: una simple foto, una simple foto que le torturaba desde hacía mucho tiempo. Su alma no podía reconciliar el dolor que sentía al verla, pero aún así decidió sacarla de aquel rincón polvoriento durante unos minutos al menos, y reencontrarse cara a cara con un yo que no era de ese tiempo. Él y la enfermera, June Darby. La misma foto que Rung había visto horas atrás, pero que por educación no había querido preguntar de qué se trataba. Un Ratchet de hace años la cogía de la cintura y sonreía a la cámara, mientras ella, tan bella y hermosa como siempre, devolvía la mirada con algo de melancolía. Cada vez que Ratchet miraba esa foto, se daba cuenta de lo ignorante que había sido. Tan ignorante para no darse cuenta que esa misma instantánea marcaba un final no feliz, pero tampoco dramático. El tiempo se había agotado para ellos dos, y la decadencia estaba marcada. Él ya no volvería a ser feliz después de una ruptura tan amarga como aquella. 

Por eso mismo, este lobo solitario lloraba, gritaba y se sentía confuso. Por eso, simplemente colocaba  la foto detrás de todos sus conocimientos de medicina, detrás de toda su psique consciente, en el polvo y en la nada. El doctor sonrió pues supo que, Rung en su condición de psicólogo, no estaría de acuerdo con lo que Ratchet estaba haciendo; pero él siempre supo que era mejor llevar algo inconscientemente que conscientemente.

Era el precio a pagar por sus pecados. 




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Notas: Siento haber puesto un taxista hindú. No me tratéis de racista, por que no lo soy: es simplemente que los taxistas hindues siempre han sido un prototipo que me gusta demasiado :). 


En el siguiente episodio voy a introducir un nuevo personaje que puede que os mole. A esperar!