domingo, 2 de noviembre de 2014

Estrella



Hace tiempo conocí una estrella, una estrella cuya luz es la más brillante de todo el firmamento. Guía mi camino por las noches, un lucero andante titilando en las profundidades cavernosas del cosmos, irradiando una paz que ni todas las canciones de cuna del mundo pueden proporcionar.

Una paz en mi corazón, un bálsamo férreo para mi alma. Largo y tendido había emprendido la búsqueda de ese diamante para que, ahora, caiga del mismo cielo donde se crió. Baja de la maravilla para que yo recoja su pura luz con mis mortales manos desnudas, para que mis ojos puedan llorar de la felicidad de poder sentirme abrazada en la luz pura de su esencia.

Es un sinfín de palpitaciones en mi interior, de ocultas sensaciones nunca antes conocidas: la gentileza, pureza, sabiduría, dulzura...Todas las cosas buenas del mundo que creías que no podían tener cabida, el éxtasis, el intrincado pulso de las pasiones inocentes. Cuando me insuflas de tu aliento, oh amada estrella...Tú me condenas, mi ser se convierte en tu esclavo en cuerpo y pensamiento. Haces que quiera dar mi propia vida por ser bañada con tu llama y sabiduría. Por favor, obliga a este mortal cuerpo a quererte, vanagloriarte y pensarte como el ente más hermoso de la Creación.

Ya no siento el frío atenazante en mi corazón nunca más. Cierro los ojos, recordando cuando caíste del cielo, sintiendo mi organismo tan vivo que todas mis células cantaron de alegría. La boca entre abierta, engullida en aliento vivo, la lluvia de luz cayendo sobre mi... Mi destino ya está sellado. La elevación pura del alma junto con el marcado perfume de tu profundidad que me acompañará hasta el fin de mis días: La calidez de un simple toque, la vibración pura de mi espíritu. Esto es lo que me proporcionas, estrella, guía de mis sentimientos, pura poesía y melodía encarnadas en la realidad de esta singularidad. 

Allí, allí me di cuenta de cuanto te quería, de cuanto te debía y de cuanto daría por ti. Por fin, cuando fui una con tu luz de maravilla, tu luz universal, tus alas de ángel sagrado... Entonces, en ese mismo instante levanté mi mirada hacia el inconmensurable cielo brillante nocturno, el misticismo traspasándome por completo y dándome a entender que nunca más volvería a ser la misma persona que fui tiempo atrás. Transcendí sobre el espacio y el tiempo y las dimensiones. Un dolor y un amor tan enormes que parecían mis entrañas siendo realmente arrancadas y en su lugar reemplazadas por pura Pasión.

Esto es lo que los sabios antiguos llamaron Amor, un concepto abstracto que sólo las estrellas más benditas y sagradas pueden proporcionar. Y volvería a morir, volvería a morir una y otra y otra vez por su sosegada presencia sobre mi cuerpo trémulo... Mi inocente, majestuosa e impenetrable estrella cuya grandeza es tal que ni todos los grandes pináculos del mundo pueden alcanzar.




miércoles, 24 de septiembre de 2014

Random



Soñar contigo es vida en sueño, una cálida bienvenida al alma que se transporta hasta una dimensión desconocida para poder llegar a ti. 

Largo y tendido mi alma te ha buscado en los recónditos paisajes de la tierra y cuando por fin te encontró, te idealizó hasta adorarte como un verdadero dios. Calmado, justo y atemperal como los grandes reyes y reinas de la antigüedad, cuando mi ser incorpóreo puede alcanzar tu amado rostro no hay mayor regocijo en la experiencia. Me tiendes una mano junto a la sonrisa de un ser dulce, como si aquel gesto me devolviese a la más tierna inocencia mágica donde el tiempo pasaba sin llegar a pasar y todas las cosas hermosas y dulces tenían cabida en el mundo. 

Esta misma noche mi alma se ha encontrado con la tuya en una unión que llevaba tiempo esperando. Flotábamos en un paisaje lleno de flores doradas, púrpuras y azules: las flores de los dioses. Temía que llegases a vislumbrar la pena y duda arraigada en mi corazón, pero a ti no te importó y quisiste ver mi alma tal y como era. Entonces mis miedos flagelantes, tenaces, silentes... todos desaparecieron con unas solas palabras tuyas para siempre.

En este jardín de belleza insondable, danzamos y hablamos de muchas cosas que nos parecían hermosas y dignas de preservación, temas que nunca antes habían sido tratados, dulces secretos y prohibiciones de mundos antiguos y pensamientos ya muertos. Resucitamos la lógica, la retórica y la comedia. Me hiciste saber que en el mundo existían cosas que yo había ignorado hasta entonces, que los milagros podían hacerse realidad. 

Por fin, en un momento fugaz, mi alma pudo sentirse tan dichosa y recompensada de los mayores placeres que tú me brindabas que me olvidé de cuan dura la realidad era. En un momento álgido en el que nuestras manos se entrecruzaron, toda la realidad de la dimensión colorida fue desvaneciéndose a una velocidad vertiginosa. Un espiral negro que precedía al sinsentido de la existencia. 

Y ahí es cuando me desperté, aún con la vibrante sensación de mi Ser completamente satisfecho y pletórico. Era una sentimiento melancólico y agradable que sólo tú pudiste proporcionar en esos instantes de mi vida. Ahora me hallo aquí, pensando en si realmente lo que sentí fue un sueño o algo real, en si las almas realmente pueden encontrarse en los sueños y en mi delirante esperanza saber que realmente hubo algo más.

Gracias.



jueves, 12 de junio de 2014

Random -


¿Alguna vez te preguntaste por qué a pesar de estar tan sola, no eres capaz de sentir tristeza?

¿Acaso alguna vez has sentido nostalgia por algo que nunca viviste?


¿Simplemente has estado enamorada de alguien a quien nunca antes habías conocido?


Sentada en la orilla observaba como la viva arena enterraba mis pies y los hacía desaparecer, para después dejar paso la atolondrada ola de sal que liberaba las extremidades de esa prisión. Segundos después, la arena volvía para posarse, como en un eterno ciclo que se repetía una y otra y otra vez. Sabía que no pararía hasta que el fin de los tiempos viniese. 

Aquellos pequeños gránulos de arena, tan insignificantes en apariencia, tan remotamente prehistóricos, eran como mis sentimientos entremezclándose y formando una masa compacta que cuando creía estar unida desaparecía bajo una fuerza aún más potente. Esa fuerza era majestuosa y suprema. Esa fuerza eras tú.

Creía estar tan sola que el mundo se apagaría y yo seguiría viviendo, como si nada o nadie reparase en mi presencia. Pero sabía que era una creencia errónea, y por lo tanto no podía sentir tristeza o un ápice de congoja. Tenía la certeza y la esperanza de que un ángel venía por las noches a reparar en mi estado, cuando el sueño era profundo y mi mente susceptible. Viendo como las olas se llevaban la arena allá a lo lejos para hacerla desaparecer, recreaba esos sentimientos de paz que ese ser me brindaba en sus pernoctadas visitas. 

Podía recordar como se colaba por mi ventana volando con sus bellas alas negras en lo más oscuro de la madrugada. Sin hacer ningún ruido y trayendo consigo un olor a lluvia y a rosas, se quedaba quieto en un rincón, observando mi cuerpo con un deje extraño en sus ojos. Ese era un aroma lejano y distante que me recordaba a los sitios secretos a los que ningún ser vivo puede acceder, un perfume que me traía sueños hermosos pero también una tristeza inexplicables. No podía borrar de mi mente la forma en que se sentaba en mi cama y me escrutaba, entrando en mi mente sin mucha dificultad. Sus movimientos eran tan gráciles y vaporosos que creía tener a un mismo oscuro fantasma en mi presencia. Pero él no era un fantasma. Él era real, tan real como las olas que acariciaban mis pies con ternura. 

No podía moverme, tan sólo respirar y mantener los ojos entrecerrados como en un peligroso trance. Una noche me atreví preguntarle quien era y qué hacía ahí, y él simplemente sonrió con neutralidad. 

''Te he estado observando desde hace mucho, mucho tiempo'' habló una voz retumbante y seductora en mi mente, martilleando mi cerebro y absorbiendo mi alma. Había tanto misterio en sus palabras, tanta belleza que mi cuerpo creía estar siendo paralizado por su misma presencia. Y así era. 

''N-No lo entiendo...'' mi desordenada voz mental era más vacilante, menos acostumbrada al contacto telepático. Empecé a notar como unos largos filamentos invisibles entraban en mi mente y por un momento me perdí en esos ojos de colores inciertos. Creí estar en un espectro de verdes, azules y marrones cambiantes. Luego, me soltó. 

''Algún día entenderás porque estoy aquí, pequeña criatura. Pero mientras mi presencia sea bienvenida al templo de tu carne, nadie ni nada podrá hacerte daño''

Tragué saliva y cerré los ojos, sumiéndome en un sueño dirigido por el inconsciente y la nada. Aún así, su presencia era latente, potente y a veces muy física. Noté como acariciaba mi cabeza para depositar un beso en mi frente, un inequívoco signo de despedida que anunciaba el alba inminente. 

Después de algunas visitas más en mi habitación, el ángel oscuro no apareció más. La arena volvía a enterrar mis pies bajo capas y capas de sentimientos de desamparo y desolación. Nunca me acordé de preguntar su nombre, ni de donde venía, ni por que yo era la elegida de su protección. Cuando él ya no guardaba mis sueños, mi mundo interior se derrumbaba y las pesadillas atormentaban mi pobre mente, despertando agitada en mitad de la noche y llorando hasta que no había más lágrimas que llorar. Recordaba como muchas veces me quedaba despierta, sentada en el alfeizar de la ventana mientras mi figura era recortada por la luz de la luna. Y me preguntaba si él provendría de aquel rocoso y mágico mundo del que tantas historias había oído hablar.
Él no escuchó mi llamada, y ahí me hallé, sentada en el borde de una dimensión tan hostil que creía que se me tragaría. 

Mis ojos se hallaban amenazados por las lágrimas que luchaban por salir, cuando en un instante, en un preciso momento, el tiempo se fugó. Las olas, la arena, las lágrimas, el sonido del viento y de las gaviotas dejaron de...

Ahí, en el filo de todas las posibilidades, alzándose en poder como sólo una criatura podía hacerlo, una figura tal cual la recordaba: negra, oscura, placentera. Estaba él, no muy lejos de mi, su sonrisa de bienvenida, sus ojos escrutadores, sus alas estiradas, sus botas marcando su paso. Mi ángel de alas negras, mi protector, mi señor.
Ya no tenía nada que temer. Ya no tenía porqué sentir ese dolor. Ahora entendía: había estado enamorada de quien siempre me había protegido en sueños.  

Y en ese momento, en el ocaso del sol, creía estar viendo a una de las criaturas más nobles que un ser humano podía haber observado jamás. Y las olas se llevaron la arena, para que ésta no volviese a taparme nunca más. 










miércoles, 28 de mayo de 2014

...


La lluvia se cierne sobre nosotros. 

No es una lluvia fresca de textura esponjosa y delicada con tu piel. Esta lluvia azota con fuerza y malmete contra tus sentidos. Agria y compacta.

Después, una fugaz luminosidad en el horizonte lejano marca la soberbia majestuosidad de lo que viene a continuación. Como una cola que persigue al cometa, un inexorable y bien conocido ruido sordo traspasa mi alma, quebrándola en dos. 

Ya está aquí, mi cabeza murmura. 

El Ángel del Apocalipsis se acerca.

Agarro mis cosas con toda la fuerza que mis frágiles manos pueden, moviendo con prisa las piernas que se embadurnan de esa agua tan fiera. La Naturaleza está enfadada con la ciudad, sintiéndose más poderosa y sublime que todos nosotros. Pequeñas hormigas en un Universo de Caos. 

Los rayos son tan cegadores y los truenos tan retumbantes que siento como mi corazón se enciende a toda prisa. Siento tanto miedo que mi cerebro se paraliza, pero sé que a su mismo tiempo está trabajando como un motor a toda velocidad, como una bujía a punto de estallar por la presión del estrés.

Bum...Bum...Bum...

Creía que era mi corazón...Pero estaba realmente equivocada. Eran las estelas lumínicas que se agolpaban a mi alrededor creando la tormenta perfecta para un ser tan inferior como yo.

Pero aún no había visto nada. La verdadera función, el verdadero sentido de aquel estruendo estaba a punto de ser desvelado. 

En un abrir y cerrar de ojos, toda la ciudad se tornó oscuridad. Las luces de la calle murieron súbitamente cuando un rayo pegó en la tierra, fiero y veloz. La luz ya no existía, perecida bajo la omnipotencia del agujero negro de la tormenta. No podía ver más allá de mi nariz. Estaba perdida en mi propia existencia. 

Cuando creía que el miedo iba a arropar mi cuerpo bajo un manto de amargo sueño, la apoteosis comenzó. A lo lejos, muy a lo lejos en el cielo, una figura negra alada se acercaba a mi. Entre rayo y rayo, podía observar al borde de las lágrimas como esa figura era tan esbelta, alta y negra que parecía irradiar algo oscuro y profano en ella. 
Era una de las cosas más hermosas que había visto en toda mi vida.

Pronto, esa figura se posó en frente de mí para darme a entender que me estaba buscando. Su pelo largo y negro parecía flotar por sí sólo, como la misma oscuridad palpable que me atormentaba. Las alas estaban inmaculadas, ajenas al tumulto eléctrico que se cargaba a nuestro alrededor. El ambiente era una bomba de relojería a punto de estallar en una supercarga, y Él...Él me escudriñaba con unos ojos fijos y poderosos, como si ese mismo estado natural se produjese sólo con su presencia...

Sus iris me amedrentaban y al mismo tiempo me atraían sin perdón alguno. Me incitaban a jugar, volar, pecar. Entonces, y sólo entonces, supe que el momento había llegado. El Ángel de alas negras, el Ángel del Apocalipsis, el Ángel de las tormentas... Ahí estaba Él. Un dios personificando las más puras virtudes de un demonio caído: poder, oscuridad, tinieblas, destrucción y caos. 

Intenté abrir la boca para producir algún sonido. No hubiese gritado de miedo, ni hubiese preguntado qué hacía ahí. Estaba tan asustada que simplemente en mi mente sólo podía pasar una idea: que tuviese clemencia de mi pobre alma. Y le rogué la clemencia. Se la rogué clavando mis rodillas en el suelo, sintiéndome tan pequeña bajo su poderosa presencia que era como si fuese a morir de un momento a otro con un solo movimiento de su impenetrable mirada. 

Un resquicio de mi alma pareció olvidar por completo donde me hallaba y que ocurría a mi alrededor. El Ángel pareció entender y en un etéreo movimiento me abrazó contra su pecho, cubriéndome con sus alas y su frío calor. 

-No pretendas entender un fenómeno que está por encima de tu comprensión humana - habló por primera vez con voz dulce pero autoritaria, agarrándome con fuerza y sobre protección. 

Intenté mirarle a los ojos para comprender mejor cual era su propósito, pero pobre de mí...nunca pude saberlo. Sólo recordaré que volé lejos, muy lejos de ahí hasta que los rayos y truenos, la lluvia y la electricidad no me molestaron nunca más.

Un lugar donde estar a salvo. Donde yo era suya, yo estaba a su merced, y él era mi nuevo Amo. 














viernes, 16 de mayo de 2014

Random 1,

Enigma. Pasión. Fuego. Posesividad.

Tus magnéticos ojos se clavan sobre mi cuerpo, enganchando tus duras iris sobre mi piel como sendas espadas que traspasan mi alma y me inmovilizan, marcándome como tu presa.
Tu fuerza sensual crea un campo gravitatorio del que nada puede escapar. Alto y robusto, te impones sobre los demás haciéndoles saber quién eres y porqué estás ahí. En la marea de la vida, en la impotencia carnal...Tú te alzas sobre todos ellos como rey no vencido, héroe hercúleo, ser sagrado y supremo.
Altamente sexual, veneno ardiente que penetra en mis entrañas. Como daga caliente, tal es tu fervor que mi corazón amenaza con dejar de palpitar por segundos eternos.
Tu rostro de mármol parece frío y distante, pero tu mirada inquisitiva te delata: que en tu interior, el Vesubio ha explotado. Oh gran Vesubio, yo tan sólo soy la pobre Pompeya a punto de ser aniquilada bajo el manto de fuego, cenizas, relámpagos, piedra. Calor, ardor, fervor, ebullición...
Una terrible y sensual sonrisa cruza tus labios. Me enseñas los caninos. No puedo moverme...
Eres un escorpión que prepara su largo aguijón para matar a tus víctimas. Estás ahora tan cerca que todos esos sentimientos de sumisión largamente escondidos afloran en mí, un torrente eléctrico sacude mis células.
Cuando me miras con ese deseo tan profundo, el Universo se torna en dos. Se rompen las leyes más secretas, la física se retuerce y la materia se torna oscura. La proporción áurea y Fibonacci ya han muerto, y estas largas ecuaciones matemáticas perfectas perecieron desde el primer instante en que tú entraste en esta dimensión y me fusilaste con la más absoluta dulce perversión.
Ya no hay nada, no hay nada para mi más que tú.
Y esta pobre criatura, presa, endeble y carne ya sólo puede susurrar lo mucho que te adora, lo mucho que cede, lo muy perdida que está sin ti.
Ejerce tu presión sobre mi. Domíname. Odiame. Susúrrame. Pégame. Márcame.

El Universo se desmorona. Ya no hay nada que pueda hacer.


domingo, 4 de mayo de 2014

La Jungla de Asfalto - Capítulo 4 (Humanformers)

Iba en dirección hacia un pub que se encontraba en Sounset Boulevard. Estaba completamente solo en un domingo a altas horas de la noche, con la lluvia cayéndole como cáscadas de agua sobre el bombín y la chaqueta. Eso no era precisamente lo que Rung podía llamar comodidad; además, el inglés no llegaba a entender como a medidados de Julio podía hacer ese tiempo tan frío y caprichoso. De forma irónica, el mal tiempo era algo que acababa con su interminable paciencia y deseó de todo corazón llegar ya a su destino para poder quitarse la calada chaqueta que amenazaba con congelarle de frío. 

Pero no era sólo el temporal lo que le tenía tan crispado y de mal humor: había un asunto aún mucho más horrible y confuso del que no se sentía nada orgulloso de saber, y era el leiv motiv por el que se encontraba en ese desconocido lugar. Alguien inesperado, y hasta cierto punto indeseable, había recurrido a su ayuda y alegaba que necesitaba verle con urgencia. Cuando leyó la carta que recibió (un suntuoso papel de refinada y extravagante caligrafía) su intuición le avisó con una punzada mental. Estuvo a punto de no responder a la llamada, pero su fiel flematismo y lealtad ganaron el partido contra toda tentación. 
Y allí estaba, en medio de la carretera. Miraba hacia la entrada del pub con un deje de duda en sus ojos, preguntándose para sí mismo si lo que estaba a punto de hacer era, después de todo, lo correcto.

Después de resoplar indebidamente, dio unos largos pasos de carácter desgarbado hasta la entrada. Había un portero con intimidante aspecto que lo miró durante largos segundos, tan largos que Rung tuvo que tragar saliva y empezara a replantearse si dar media vuelta y volver. Aún así, el pelirrojo no se dejó amedrentar y el portero, por alguna extraña razón, acabó cediendo a dejarle finalmente entrar en aquel lugar.

El interior del pub era algo que Rung sospechó desde que lo observó desde fuera: era lujoso, qué decir, bohemio y suntuoso como la misma persona que le había escrito rogándole por su presencia. Mientras avanzaba por el lugar en penumbra, iba mirando a su alrededor con mucha cautela, sintiéndose como un pajarillo entrando en la boca del lobo y preguntándose en que rincón de aquel lugar estaría esperándole el remitente de su carta. Un extraño olor a sudor le puso los pelos de punta y empezó a notar un horrible hormigueo en su interior que iba creciendo por cada cauteloso paso que daba. Observando a los hombres que frecuentaban ese lugar, Rung había caído en la trampa de dejarse llevar por un instinto que resultaba ser incorrecto. Sus sospechas se confirmaron cuando a lo lejos en una esquina, vió a dos seres acurrucados en un sofá mientras se besaban y tocaban lujuriosamente. La cruda sexualidad mal sonante resonaban en ese antro mientras que el inglés casi sintió su cuerpo desfallecer cuando se percató que uno de los cómplices del sórdido acto era posiblemente menor de edad.

Otros tantos ya habían reparado en la presencia de Rung desde que había entrado ahí, y las glaucas miradas de deseo y lujuría se concentraban en él, en su carne, deseándola para ellos con un salvajismo desesperado. Dos hombres de gran estatura y fuertes músculos estaban ya dispuestos a acercarse al sumiso chaval para tomar lo que creían que era suyo, pero algo inesperado se interpuso en sus caminos. Delante de Rung había aparecido una figura estrecha y elegante que lo agarró de la cintura y con prisa despidió con un gesto de mano muy dejado a los dos fortachones. Entonces, para sorpresa de todos, los fortachones se mantuvieron cabizbajos, sumisos por la inaudita presencia hasta que dieron media vuelta. La alocada situación dejó entrever al pelirrojo que aquel personaje, salvador y del que no podía aún ver su rostro, era indudablemente el que mandaba en ese terrorífico lugar.

Rung intentó deshacerse del delicado pero autoritario gesto, aunque no lo consiguió hasta que no se acercaron a la barra del bar. Cuando las manos aflojaron la fuerza que ejercían en su fino brazo, Rung pudo girarse para ver quien paradójicamente le había salvado y le estaba tratando con tan poco decoro. Viendo el rostro de ese hombre, su voz quedó atrapada en su garganta. Abrió un poco la boca, sonriendo levemente, sin saber muy bien como reaccionar.

Aquel fino hombre, aquella persona que tenía en frente era la misma que le había escrito. Aquel individuo era el motivo por el que estaba en un pub gay un domingo de madrugada, deshechom, con los huesos calados, y el sudor pegándose a su cuerpo junto con la marea angustiosa de náuseas pegándose en su pecho. Él, él y él. Sólo había una persona en su intento de tranquila vida que podía meterle en líos: su peor enemigo de entre todos.

-Me alegra volver a verte, querido primo mío.

Hacía años que Rung no escuchaba esa voz y se sorprendió aún más por volverla a oír. Era melosa y masculina, las palabras arrastradas dejaban a su paso el aire de sensualidad y coquetería que iban muy de acuerdo con el aspecto de su interlocutor. Era como si él entrase en tu mente, sabiendo en un único instante que es lo que deseabas y cuanto lo deseabas, y lo más mágico es que te hacía saber que él también deseaba esas mismas cosas que tú.

-Knockout...No has cambiado nada.

Knockout. El nombre le iba bien: rezumaba algo peligroso pero como una borrasca subyacente. Un peligro cauto y no impulsivo. Un peligro que sabía cuando y cómo traicionar. Knockout de la familia Trustwell, un ser bien amado y respetado por la mayor parte de sus congéneres. Y decir la mayor parte porque había alguien de aquella familia que no bendecía ni aprobaba a Knockout bajo ningún concepto. Y esa persona estaba ahí enfrente; su primo directo, Rung de Trustwell.

El otro Trustwell era un hombre que físicamente era la gracia personificada: mediana edad, estatura baja y que poseía un atractivo visiblemente notable. Su delgada y estirada figura iba inmaculadamente enfundada en un impoluto traje de color rojo que combinaba con su pelo caoba teñido. Hablaba, se movía y gesticulaba con la elegancia propia de la familia de la que provenía, y había algo de amaneramiento en la forma que movía las manos y las apoyaba en su cadera. Cejas depiladas, perilla perfectamente recortada y colonia cara de intoxicante olor. Así como Rung era la definición de un caballero inglés, Knockout lo era para definir la metrosexualidad.

-Ah, Rung, Rung... Tú si que no has cambiado... Ni un sólo ápice. Sigues siendo tan pelirrojo y correcto como antes. ¿Nunca te lo había dicho?, el color de tu pelo sólo te hace ser más atractivo - Knockout habló con desenfado. Utilizaba siempre ese tono sugerente, como si estuviese muy seguro de sí mismo y de sus propósitos. Con gracia, se sentó en uno de los asientos circulares de la barra, y el camarero se acercó. -Un Martini seco, por favor.

El pelirrojo miró a su primo durante un minuto, escrutando todos sus movimientos con algo de celo. Las preguntas se estaban agolpando en la mente de Rung:
¿Qué hacía Knockout en Los Ángeles?
¿Por qué le había citado tan urgentemente cuando aparentemente no pasaba nada?... ¿Es que a caso quería reirse de él?.


La última vez que Rung vio a Knockout fue muchos años atrás, concretamente cuando él todavía era un feliz adolescente a punto de entrar en la Universidad de Oxford. Recordaba perfectamente que su primo, un niño bien educado y querido al que siempre había amado como a un hermano, se convertía progresivamente en un ser arrogante que lo único que deseaba era  estar por encima de los demás. Su tio y padre de Knockout, John Trustwell, era tan mezquino como el resto de miembros de aquella familia, y Knockout aprendía rápido. Pronto el niño inocente con el que jugaba a fútbol fue paulatinamente convirtiéndose en un frío y cínico ser que intentaba humillar a su primo siempre que la ocasión se premiaba. Aquel cambio fue a penas perceptible... Hasta un húmedo invierno en el que un incauto Rung sufrió en sus carnes el monstruo en el que Knockout se había convertido. Recordaría una habitación cerrada, el olor a naftalina y como su primo le empujaba contra la pared para intentar arrebatarle algo que sabía que nunca iba a poder tener. 

Aquellos pensamientos hicieron estremecer a Rung, que intentó cerrarlos en el hueco de los recuerdos que no debían ser recordados. Pero el flujo ya se había desatado, y pudo recordar como su puño voló directamente hacia la hermosa cara de su familiar provocándole, a juzgar por su rostro, un enorme dolor en la mejilla. Entonces, Rung corrió y corrió por toda la mansión, llorando como nunca había llorado.
Desde ese día, Rung no volvió a ver a Knockout desde aquel incidente... hasta ese mismo lluvioso domingo. Lluvioso como el día del incidente. 

-¿Qué haces en Los Ángeles? Creía que padre y tío te necesitaban para los negocios - consiguió preguntar con un hilo de voz. La música del local estaba a un volumen moderado, y aún así Rung fue incapaz de subir el tono para hacerse oír. Empezaba a sentirse demasiado cansado. 

Su primo movía el martini con desgana, sin mucha intención de querer beberlo con prisa. A su vez, escrutaba a Rung con una sonrisa poco noble, y cruzó las piernas arqueando la espalda. 

-Tu padre y el mío han tenido...ciertas diferencias. El mercado negro de obras de arte en Inglaterra está siendo monitoreado por otra familia, mucho más poderosa y rica que nosotros. No nos dejan hacer nuestras transacciones en paz y la opción de la fuerza contra ellos no es opción. Esos Smith...Menuda panda de hijos de puta - Knockout explicó moviendo su mano con amaneramiento y entonces decidió darle un sorbo al Martini. Cerró los ojos, pareciendo disfrutar de la sensación seca en sus papilas gustativas. Estuvo un momento callado y miró la copa con gracia. -Amo el Martini. Seco y nada pretencioso. Como los hombres rudos que frecuentan este lugar... 

Rung frunció el ceño e inmediatamente suspiró. Parecía ser que la familia Trustwell estaba pasando por una humillación pública de su poder económico. Recordaba a los Smith como una de las familias más influyentes de Inglaterra, pero no podía llegar a simpatizar con ellos aún habiendo dando una lección a los miembros Trustwell. No, los Smith no eran mucho mejores que Knockout. 

-Los Smith no pararán hasta que os vean hundidos. Y lo sabes, Knockout. 

-Por eso mismo estoy aquí en Los Ángeles, disfrutando de tu compañía en un lugar tan animado como este. Y me sorprende que hables de ''nosotros'' sin incluirte. ¿Tanto nos odias?. - respondió juguetonamente, lamiéndose los labios para captar las últimas gotas de las bebida. Ese gesto pareció captar la atención de ciertos individuos del lugar, que miramos a Knockout con rostros de envidia y libinosidad. 

-Discúlpame primo, pero no pienso ayudar a los Trustwell. Si has requerido de mi presencia sólo para buscar mi ayuda, siento darte la pesarosa noticia. Y ahora, si me permites... Creo que va siendo hora de volver a casa. He estado demasiado tiempo ya en este antro. 

Antes de que Rung pudiese ponerse en pie, Knockout le cogió del brazo con más firmeza que antes. En ese momento, el pelirrojo observó un deje de real preocupación en el rostro de su primo cuyos jóvenes rasgos habían adoptado una forma más seria y amenazadora.

-Espera. No quiero que me ayudes con el negocio, pero sí quiero tener la certeza de que puedo confiar en ti. Si he venido hasta esta jungla es sólo porque aquí podemos seguir con el imperio Trustwell. Llámanos imperialistas y sí, no nos vamos a rendir tan fácilmente. -Knockout susurró en el oído a Rung y no fue hasta ese momento en el que el pelirrojo se sintió verdaderamente incómodo. Intentando evitar contacto visual con su primo, fijó la vista en la pista de baile donde los cuerpos de hombres y jóvenes se apretujeaban sin sentido, dejándose llevar por el boom-boom que vibraba en cada célula de su cuerpo. En un instante, Knockout soltó a Rung y se pasó la mano por el teñido pelo con una sonrisita, sintiéndose orgulloso de todo lo que él era.

-No vamos a escarmentar, por lo que puedes ir ahorrándote los sermones moralistas para otra ocasión. Ahora bien, quiero saber si podré tener tu apoyo. A veces necesitaré un sitio y una tapadera donde poder resguardarme. Y ahí es donde entras tú. Basta que te haga una llamada y tú me acogerás. No estaré más de dos días seguidos en donde te alojes, lo prometo. 

-¿Quieres poner en peligro mi vida sólo para salvar la tuya? - Rung se levantó de su asiento de un movimiento, encarando a Knockout con determinación. El otro Trustwell frunció el ceño y estuvo un rato en silencio. Estaba sorprendido de ver como su primo se enfrentaba a él como nadie había hecho hasta ahora. Pudo percatar el sentimiento de rabia latente que se escondía detrás de los azulísimos ojos de su primo. 

-Venga, vamos Rung. No es poner en peligro tu vida, es simplemente una ayuda a mi y a tu familia. Puedo ser tan discreto como tú desees. Oh...espera... - un brillo malicioso en su mirada apareció - Ya entiendo que es lo que pasa... Estás viviendo con alguien. Cualquiera lo hubiese dicho, tú... ¿Chico o chica?. Apuesto a que es un bombón, como tú. 

Aquella pregunta fue como un puñetazo malintencionado hacia Rung. Las imágenes de Ratchet pasaron por su mente y supo que si accedía a todo lo que Knockout le pedía, el médico no sería más que un daño colateral en una lucha de un grupo de déspotas codicioso. No...no podía involucrar a Ratchet en esto, aún si su propia estabilidad económica y familiar estaba en peligro. Cogiendo su aún húmeda chaqueta y bombín y colocándoselos a toda prisa, parecía dispuesto a salir de ahí. Knockout le dedicó una mirada larga de condescendencia, pero vio en su primo un porte autoritario que juró nunca antes haber observado. 

-Lo siento Knockout, pero no debo ayudarte. Si los Trustwell estáis en una situación tan aparentemente desesperada no acudiríais nunca a mi. Si de verdad esta situación se está haciendo tan insostenible es consecuencia directa de lo que vosotros mismos habéis procurado durante años y años. Te aconsejo que nunca más vuelvas a buscarme, y si el destino de padre es desheredarme por esto, que así sea. Adiós. 

Y sin mediar palabra alguna más, Rung se alejó de aquel sitio, dejando a Knockout con la palabra en la boca. El otro Trustwell mantuvo la vista fija en la salida del pub, aún esperanzado de volver a ver la joven figura de su primo entrando de nuevo, cabizbajo y arrepentido de sus palabras. Tampoco se llevó una sorpresa al ver que él ya no iba a volver.
Mientras sumía sus pensamientos en un pozo de Martini seco, alguien de brazos fornidos lo abrazó por detrás. Impasible, Knockout sonrió. Parecía que la noche iba a terminar siendo una marea de sensaciones puramente contradictorias y de alguna manera, bellas. El hombre, que rodeaba posesivamente la estrecha cintura con sus brazos, acercó sus labios a la oreja de Knockout. Este cerró los ojos muy complacido.

-Vivamos esta noche como si fuese la última. 

******

Las lluvias de madrugada habían despejado el cielo, dejándolo limpio y fresco sin un solo rastro de nubes. La mañana apremiaba y las primeras luces del sol parecían tener prisa en aparecer entre las cadenas montañosas californianas. 

Por una parte, un hombre pedaleaba su bicicleta con presteza por las calles de Los Ángeles. Su reloj de precisa puntualidad no engañaba, y le decía que estaba llegando tarde a su trabajo. 

En algún rincón de la ciudad, ellos dos eran carne desnuda pero ya no unida. Uno estaba despierto de hacía horas. El otro roncaba suavemente y parecía no percatarse de la luz que inundaba la habitación. El despierto decidió levantarse con cuidado, estirando su espalda y caminó hacia el baño. Un gran espejo le devolvió el reflejo de un hombre atractivo. El hombre atractivo sonrió al espejo y el cayó en una acostumbrada espiral de narcisismo.
Knockout se sintió enamorado de él mismo. 

El hombre que reflejaba el espejo no estaba acostumbrado a los reproches ni a los rechazos. Para una persona adinerada y atractiva como era él , las conquistas de corazones eran pan comido. Por eso, la noche anterior le dejó un sabor tan agrio que no era capaz de quitarse de encima. 
Rung. Su primo. No le había contado toda la verdad del asunto... Y por supuesto no tenía pensado hacerlo.
Una sonrisa se dibujó en sus labios. Había algo que Knockout no podía soportar y era no poder conseguir lo que creía que era suyo. 

El despertador sonó largamente, sacándolo de sus pensamientos. Su compañero aún dormía plácidamente en la habitación, y Knockout se preguntó como alguien podía vivir tan ajeno al ruido de la ciudad que se levantaba como polvo por el aire. La Jungla le llamaba, y él respondería. 

-Tú y yo jugaremos Rung. Lo haremos. No te desharás tan prestamente de mi. 

Art by http://theminttu.tumblr.com/ all the credits to her :)

*****

Por fin he terminado el capítulo, siento la tardanza, pero entre unas cosas y otras no he tenido tiempo de ponerme (además de que la inspiración se fue por el desagüe... menos mal que me la han devuelto). Me he divertido mucho escribiendo a Knockout. Soy consciente de que todos lo odiaréis... Es completamente comprensible xD, pero es uno de esos personajes de los que puedes llevarte más de una sorpresa.

Si te ha gustado, por favor deja un comentario, toda crítica positiva será bienvenida. 







miércoles, 9 de abril de 2014

Jungla de Asfalto - ALTER UNIVERSE (One shot)

  
Warning: Esta historia es un Alter Universe (Universo Paralelo/What if...) escrita por Hombredelefa (Nahuel para los que lo conocéis). Sería una situación completamente independiente y paralela a la historia principal. 
readers advice: violencia, lenguaje adulto, nc-17. AU. 
Muchas gracias Hombredelefa por tu aporte tan magnífico. Aquí os dejo con el One Shot.

Rung malhadado



  Siempre supo que, de alguna manera, llegaría este día. No éste, precisamente, no así; pero llegaría el día en el que su vida se tornaría una inmensa tragedia, el fin de las sonrisas. Ese día en el que su vida se transformaba en algo tan distinto a lo que él conocía que no encontraría la respuesta en sus libros. Pensó en la forma en la que los recuerdos se desvanecen, como si la memoria no fuese más que una ventana que lavamos tras una lluvia repentina, como si alguien pudiera apagar la gramola y silenciar cada melodía de la vida de alguien, borrar de su memoria cada noche que pasó observando con una copa en la mano a todas esas reinas de la noche del karaoke. Pero no funcionaba así. Los recuerdos volvían una y otra vez a su cabeza, acosándole, enfadándole, hundiéndole más y más profundo.

  El alcohol no era un buen salvavidas, y sin embargo había decidido aferrarse a él. “Si al menos pudiese callar mi propia voz durante un tiempo”, se dijo. Apenas se había dado cuenta de lo que había hecho: había colgado el teléfono de la habitación, y en un corto período de tiempo llegaría la prostituta que había solicitado. No le dio demasiadas vueltas a ello. Esta sería la primera – y probablemente – única vez que solicitaría los servicios de una profesional.

  Durante aquellos inquietantes minutos que la prostituta tardó en llegar su mente vagabundeó sin tregua por entre sus recuerdos, memorias, pensamientos y sorbos de whisky. Quiso pensar en Ratchet y en el tiempo que habían pasado juntos aquella misma tarde, pero no era capaz de concentrarse en nada.

  Sonó el timbre de la puerta. Abrió. La vio, y por espacio de un instante tuvo una extraña sensación. Remordimientos, pensó. No era el momento para ello. Era el momento de olvidar.

  En aquella situación, tratando de ser el mismo Rung agradable y cortés que siempre había sido, la sensación de anonimato creció en él deprisa... de ser alguien diferente, de estar con alguien que no le conocía y a quien no volvería a ver...esa sensación le embriagó, le sedujo; otro Rung diferente, más serio, más duro y menos hablador quería abrirse paso en esa habitación. No habría espacio para nadie más: estaba ella y estaba él. Whisky, una cama sin hacer y una solitaria y triste ventana que a duras penas era capaz de capturar la luz de la noche.

  Una manos que no eran las suyas le rozaron la entrepierna por encima del pantalón. El sonido metálico de la hebilla del cinturón al desabrocharse le aceleró el pulso. Esas mismas manos se cerraron con fuerza sobre su miembro, apretando la tela del pantalón, moviéndose implacables. Cuando el pantalón cayó por fin estaba muy excitado, fascinado, inmerso en una vorágine de diferentes sensaciones, todas ellas placenteras. Luego todo ocurrió muy rápido; sintió un calor impactante, penetrante, tóxico, tan agudo pero tan suave que le temblaron las piernas. Se atrevió a mirar hacia abajo: la boca de ella era más de lo que podía soportar, reduciéndole a un volcán que deseaba explotar. La sensación fue tan intensa, el placer tan profundo y desconocido, que Rung tuvo que reprimir las ganas de gritar. En aquella situación cualquiera se habría dejado llevar y habría disfrutado de los servicios por los que iba a pagar. Pero no él; él creó un vínculo de intimidad entre ellos, y se sintió vulnerable al dejar su felicidad en manos de otra persona, aun cuando fuera algo temporal.

  Ella se levantó, sus ojos se encontraron. Continuó con la mano, tan cerca de Rung que podía oler el olor a alcohol en su boca. Se quitó la peluca y miró a Rung. El pelirrojo tardó en comprender que la prostituta era en realidad un hombre. Quizá no tardó en comprenderlo, y lo que ocurrió es que el tiempo se detuvo para él. Y esos segundos tensos en los que ambos hombres se miraron fueron eternos, y esos pensamientos que se agolparon de súbito en su mente le dejaron impotente y congelado.

  Rung le dio una bofetada. La impotencia dio paso a la rabia. La rabia dio paso a cosas peores. Volvió a golpearle, esta vez con mayor violencia. Todo el cuerpo le temblaba de furia, una sensación surgida de la impotencia, de la repulsa, del odio, de todo aquello que atravesaba su cuerpo con cada bocanada de aire. Por horroroso que pudiera resultarle seguía excitado, más incluso que antes. Pudiera ser horrible, pero ese arrebato de violencia visceral le había excitado poderosamente, y así lo demostraba su erección, dura y primitiva. Qué sensación más terrible podía llegar a ser la dominación. El poder sobre otra persona había sido objeto de estudio desde el principio de los tiempos. Él lo sabía, y sin embargo nunca lo había sentido, experimentado, paladeado, tan vivamente, tan crudamente.

  Rung le agarró y lo tiró en la cama, boca abajo, a cuatro patas en el extremo de la cama. Le bajó los pantalones, le quitó la ropa interior. No quería verle la cara, no quería oír su voz. No quería nada de él y lo quería todo. Le penetró. Lo hizo con fuerza, con rabia, y una vez que empezó no pudo parar. Siguió y siguió mientras le quedaron fuerzas. Estaba borracho, lo suficiente como para no saber si estaba disfrutando o no, si jadeaba de cansancio o placer, si acaso se acordaría de algo a la mañana siguiente.

  Ninguno de los dos habló durante un buen rato. Estuvieron tendidos en la cama, rodeados del tenso silencio, interrumpido ocasionalmente por los largos tragos que Rung le daba a su vaso de whisky. La habitación olía a sexo, rebosaba rencor, y respiraba ese crudo silencio que, junto a todos esos pensamientos que jamás fueron pronunciados, parecían tener más vida que aquellos dos hombres.

  Rung quería dejar de pensar. ¿Había sido consentido o forzado? Un encuentro anónimo, sin nombres, sin largas y tristes historias que compartir, sin sentimientos ni la falsa esperanza de futuro. ¿Qué había ocurrido en realidad? Tal vez todos esos años sintiéndose inferior habían culminado en aquello, los insultos por ser pelirrojo, débil...y el alfeñique al fin se había transformado en otra cosa. Tal vez había ganado una batalla que empezó en el instituto, pero pensar en el precio a pagar por esa victoria podría llevarle a lugares oscuros de su mente a los que no quería acceder. Así había comenzado todo: quería dejar de pensar.

El mundo es una cloaca — dijo de pronto aquel hombre —. La gente ahí fuera no se quiere dar cuenta. Se aferran a cualquier idea para evitar ver la realidad que les rodea. Nos aferramos a la esperanza de un futuro mejor, de que algún día, por alguna razón, la mierda que tenemos delante desaparecerá. Eso es lo que nos mantiene con vida. Esa mentira es la que nos hace levantarnos cada mañana. Somos criaturas que tratamos, por cualquier medio, de convencernos de que la ilusión de tener un “yo” es real, cuando la verdad es que todo el mundo es nadie.

¿Qué? — dijo Rung —. ¿De qué estás hablando?

Sólo digo que lo mejor que podríamos hacer, en términos de evolución y por nuestra especie, es negar nuestra programación, dejar de reproducirnos, aceptar que no hay ninguna razón para levantarse cada mañana. Me digo a mi mismo que lo hago para ser testigo, cuando en realidad la respuesta es obvia: lo hago por mi propia programación...pero no tengo el valor de suicidarme.

Pasaron unos minutos. El hombre se levantó, se vistió y se puso la peluca.

Tengo que irme — dijo.

Te llevo en coche — contestó Rung. Vio que ese hombre iba a añadir algo, pero no dijo nada.

  La borrachera se le estaba pasando, y aunque no podía pensar con claridad notaba que poco a poco el cuerpo le respondía. Era de madrugada. Las calles estaban tranquilas y despejadas. Las farolas encendidas se sucedían como un interminable desfile de luciérnagas. Rung conducía en silencio. A su lado aquel hombre miraba distraídamente por la ventana. Ninguno parecía feliz con lo que había ocurrido. Tampoco parecían dispuestos a hablar de ello. No había necesidad, pues después de esa noche no volverían a verse.
Perdido en sus pensamientos, cada vez más incómodo por las luces de las farolas que le deslumbraban una y otra vez, Rung no lo vio a tiempo; se había saltado un semáforo, y un coche se les echó encima por la derecha. Unas luces brillantes, luego un ruido sordo. Fue un choque tremendo. La cabeza de su acompañante golpeó el cristal. Ese ruido sería lo que se le quedaría grabado para siempre a Rung. Eso y la forma en la que ese hombre le miraba con ojos muertos, una mirada vacía y sin vida. Rung lo supo enseguida, no tuvo que tomarle el pulso para saber que había muerto.

  Todos habían muerto menos él: una pareja en el otro coche y ese hombre que había conocido apenas unas horas antes. No llegó a verles con claridad, únicamente las figuras borrosas que se perfilaban torpemente a través del malhadado parabrisas. Rung no intentó salir del coche, se quedó allí, inmóvil, aturdido, perdido. Seguramente tenía algún hueso roto. Pero no era capaz de sentir nada: los había matado, y eso era todo. Cerró los ojos, y se dejó llevar.


  Fue mientras estaba encerrado en la comisaría cuando tomó consciencia. Homicidio involuntario. Culpable. Cárcel. Veintidós horas para pensar en lo que había hecho, dos horas en la zona común con los otros presos...y no era capaz de saber qué le daba más miedo. Estar solo, encerrado con uno mismo podía llegar a ser aterrador. La culpa le devoraría. Repetiría una y otra vez cada segundo de esa noche, reviviendo una y otra todo aquello que no debería haber ocurrido jamás. ¿Qué recordaría más a menudo, el accidente o lo vivido en el anonimato de la habitación?

  Lo recordaría todo, tendría tiempo de sobra. Cada movimiento, cada respiración, cada palabra, cada vez que...
Recordaría el olor de la sangre y los ojos vacíos. Cada sorbo de whisky, el sonido terrible del cráneo fracturándose, todas y cada una de las farolas encendidas. Su furia. Su odio. Su propia estupidez.

  Allí sentado, mirando a través de los barrotes de su celda, temblaba al pensar en las dos horas que debería pasar cada día en la zona común. Se convertiría en la puta de alguien; sería fuerte, alto y musculoso. Sería blanco, de algún grupo de supremacía aria, un animal que había ido perdiendo todo rasgo de humanidad. Le humillaría, como había humillado él a ese hombre aquella noche. La desesperación que le haría sentir sería más afilado que mil cuchillos. Sería así día tras día, hasta que al fin un día dejaría de resistirse y aceptaría, sumiso, que su vida ya no le pertenecía. Su dueño le miraría y él acudiría. Su amo se bajaría los pantalones y él se arrodillaría. Y allí mismo, en medio del pabellón donde todos los presos les verían, chuparía esa polla hasta que se pusiera dura.

Pic by http://theminttu.tumblr.com/post/29730249413/rung-rungurnurng-ururrng






lunes, 17 de marzo de 2014

La Jungla de Asfalto - Capítulo 3 (Humanformers)



Los Ángeles no era sólo una ciudad, si no más bien una jungla de asfalto en la que únicamente el más fuerte, el más apto, el más agresivo, podría sobrevivir.

    En los dos meses que llevaba viviendo en la ciudad de la Costa Oeste, Rung ya había aprendido cuál era el verdadero propósito de una ciudad tan civilizada pero extrañamente salvaje como aquella. El pobre incauto se había embarcado en una búsqueda personal, en un encuentro con los mismísimos ángeles para su crecimiento y purificación.

   Pero entonces ya era demasiado tarde para darse cuenta de la verdad: los ángeles se le estaban tragando. Su amigo Ratchet tenía razón; había algo sucio, manchado y corrupto en esa kilométrica ciudad. Era como un glamour casposo y pasado de tuerca...pero que aún así el mundo entero deseaba. Sin embargo, el inglés recordó al gran y célebre poeta griego Cavafis, cuyo poema ''La Ciudad'' reflejaba que no era la ciudad la que suponía un problema, sino los juicios internos de uno mismo reflejados hacia el exterior. Se dio cuenta que, fuese donde fuese, esa sensación angustiosa iba a acompañarle tanto en su Inglaterra natal como en esta tierra extranjera en la que se encontraba.

  Estos pensamientos le asaltaban ahora, mientras el taxi en el que se hallaba rodaba lentamente por el asfixiante asfalto, que amenazaba con quemar las ruedas. Tuvieron tan mala suerte de encontrarse con un interminable atasco, aprisionándolos entre humo y pitidos de claxon durante más de media hora. La mañana de verano de ese día estaba resultando demasiado calurosa para Rung, y por ello tuvo que abanicarse con la mano para no desfallecer.

-¿Falta mucho? -preguntó el pelirrojo con un hilo de voz, desesperándose cada vez más al ver que la hilera de coches de delante parecía no menguar.

  El taxista, un hindú bajito y regordete movió los hombros, y acto seguido presionó el claxon, rechistando en su lengua materna.

-¡Mi no saber! Mullholand Drive no estar lejos, ¡pero atasco joder todo! - el hindú sentenció con su marcado acento y suspiró, encendiendo la radio y mirando de reojo a su copiloto, que parecía más nervioso y acalorado que nunca. -¿No gusta atasco y coches, eh?.

  Rung giró el pecoso rostro y negó con la cabeza. El hindú notó a la legua que aquel chico que llevaba en su taxi no era un hombre de grandes ciudades, pero prefirió no hacer comentarios al respecto.

-Me produce una angustiante e interminable sensación de claustrofobia - contestó el inglés, colocándose la pajarita algo torcida, que ese día era de un color amarillo tan claro como su chaleco.

-Entonses si parecer bien, tomaremos un atajo. Así, cabeza de fuego no tener que soportar pitidos de claxones- el taxista dijo con algo de gracia, y se dispuso a girar hacia una callejuela de mala muerte (no sin algo de dificultad) para después desaparecer del atasco que parecía no querer finalizar.

  Rung ni se inmutó con el nuevo sobrenombre que el taxista le había dado, pues estaba ya más que acostumbrado a que la gente le pusiese motes absurdos debido a su físico tan peculiar. No os voy a engañar si digo que nuestro protagonista temió exageradamente por su vida en aquellos instantes, pues el taxista hindú conducía por unos lugares realmente estrechos y extraños, además a velocidades realmente inadecuadas. El inglés pensó que por esa clase de cosas nunca iba a ser capaz de sacarse la licencia de coche en su vida. Lo suyo indudablemente era pasear tranquilamente con la bicicleta por los suaves y amorosos paisajes del Hyden Park.

  El temor desapareció de pronto cuando por fin se vieron libres de la sombra de los altos rascacielos de la ciudad. Ahora iban, efectivamente, por la autopista del Norte, y Rung pudo observar como se alejaban de ella para entrar en una zona montañosa y muy bella que procuraba unas vistas panorámicas espléndidas de Los Ángeles, aunque la ciudad se viese tristemente empañada por el humo de contaminación en aquellas horas de la mañana. Primero, el taxi se tambaleó al ritmo de la música hindú por los bosques interminables de robles y centenos, hasta que al cabo de unos pocos minutos llegaron a lo que parecía ser una zona residencial de la carretera de Mullholand Drive. El taxista murmuró la dirección en la que su copiloto debía destinarse y entonces, dió un frenazo inesperado que casi le cuesta las gafas a Rung.

-¿Qu-Qué? - él murmuró casi sin aliento, colocándose las gafas circulares que habían caído al suelo.

-¡Mil perdoneses! -desde luego, el inglés de aquel taxista no era para tirar cohetes -Aquí destino. Calle de la Haya, número 18. Aquí es. Y ahora, pagar.

  Rung ya había sacado un billete grande de la cartera de cuero, y se lo dió al taxista con una sonrisa agradecida.

-Quédese el cambio, por las molestias de haberme traído hasta aquí -

  El hindú parecíó estar realmente agradecido por la generosidad del inglés, y sin rechistar cogió el billete al vuelo, dándole miles de gracias. Al poco tiempo el taxi salió disparado del barrio con la música característica que le acompañaba, que Rung siguió oyendo hasta que estuvo muy lejos de allí.

  Al inglés las enormes casas de ese barrio residencial le recordaron mucho a las mansiones londinenses de cristaleras impolutas y grandes balcones. No eran casas extraordinariamente lujosas como las que había tenido ocasión de observar en Beverlly Hills, pero sí que eran hogares para gente que, al menos, podían permitirse vivir bien. Fijando la vista en la casa de tres pisos que tenía delante, supo que no estaba equivocado; la naturaleza no muy recargada pero majestuosa de la fachada, un jardín bastante grande y algo descuidado (algo que a Rung le produjo cierta tristeza) y la alta valla de color marrón que necesitaba una repintada, sugerían que efectivamente se encontraba delante de casa de su amigo.

  La casa de Ratchet.

  Días atrás, su amigo el doctor le había propuesto que visitase su casa en los días siguientes, algo de lo que Rung se sintió muy agradecido. Aquella muestra, viniendo de un hombre de carácter tan asocial como Ratchet, demostraba que no sólo consideraba al psicólogo como su amigo, sino también como un miembro más de la familia. Con una sonrisa Rung recordó las palabras del viejo doctor: ''¡deberías empezar a salir más de su casa y del ambiente de trabajo! ¡Vas a terminar tan loco como tus pacientes!'', e inmediatamente rió a causa de las venas paternales que Ratchet solía tener con él.

  Antes de que pudiese ni dar un sólo paso más observó cómo la puerta de la casa se abría y salía el hombre de la casa, alto y despeinado, con una taza de café en la mano y bajando las escaleras con movimientos perezosos. Rung levantó el brazo y saludó, lo que llamó la atención del doctor que también saludó y se acercó rápidamente a la puertecita de la valla, abriéndola con cuidado.

-¡Si que has llegado pronto! Bienvenido a mi choza, caballero.

-No seas tan modesto - bromeó el otro y respondió al abrazo de Ratchet con algo de efusividad. Empezaron a subir las escaleras y Rung observaba a su alrededor con mucho cuidado y educación, sintiendo que iba a entrar en la intimidad de una persona que, de por sí, no le gustaba que hurgasen en su interior. -No sabía que vivías tan lejos de la ciudad. Desde luego, en este país necesitas tener un coche para moverte.

-¿Has venido en taxi? Te habrá costado lo suyo. Ve con cuidado, algunos suelen aprovecharse de los extranjeros...

-Parecía buen hombre. Me llamó cabeza de fuego. Nunca nadie me había llamado algo tan noble - el inglés bromeó mientras entraban por el portal de la casa, con lo que Rung se agachó y empezó a desabrocharse los mocasines para quitárselos y así no ensuciar el suelo de la casa.

-¡Cabeza de fuego! No parece un mal nombre, pero creo que prefiero seguir llamándote por tu nombre. No te preocupes, ese taxista era un mal educado, como todos en esta ciudad. ¿Qu...qué haces? - Ratchet preguntó dubitativo en cuanto vio a Rung desatarse y quitarse los mocasines. Entonces cayó en la cuenta y negó con la cabeza -¡Ah! No te preocupes, no tengo ningún reparo en que manches nada. No estamos en Japón, y este suelo está hecho para ser manchado. Siéntete como en casa.

  Rung intentó replicar cortésmente, pero Ratchet no se lo permitió y desapareció por un pasillo, a juzgar, dirección hacia la cocina. A cambio le dejó unos zapatos de lana para ir por casa que le venían muy grandes, y Rung supuso que su amigo tenía un pie enorme, tan grande como el de un Big Foot. Trastabillando con esos zapatos, el inglés se dispuso a  mirar a su alrededor con gran curiosidad, con ese escrutinio del ambiente tan particular que tenía y le caracterizaba.

  La sola idea de estar en casa de Ratchet le producía una curiosidad infinita y, a pesar de todo, no podía dejar de sentirse muy bienvenido en ese lugar. Ahora se encontraba en el salón de la casa, y pudo ver que era muy grande y cómodo, con unas cristaleras que sustituían la pared del fondo y daban unas placenteras vistas al jardín y a la panorámica de la ciudad, allá a lo lejos, que parecía silenciosa e inmutable. A la derecha se encontraba la cocina. Echó un vistazo rápido, y vio cómo su amigo abría la nevera y preparaba algunas cosas.
  Luego, se interesó por la zona de estar que se encontraba a su izquierda. Arrastrando los pies, Rung se acercó con curiosidad a un armario cuadrado y grande cargado de libros de medicina. El inglés juró nunca haber visto unos libros de medicina tan variopintos como los que Ratchet atesoraba ahí, y se sintió muy a gusto rodeado de tanta sabiduría concentrada y encerrada en papel. Intentando no tocar nada, pasó la vista por los ejemplares hasta que se encontró con algo que no esperaba ver allí: la foto metida en un marco de madera, casi empotrada al fondo del mueble, como si desease no ser vista. Rung habría hecho la vista gorda, de no ser por la familiaridad de los rostros en la foto. No tardó en reconocer, para su grata sorpresa, a un sonriente Ratchet cogiendo de la cintura a la enfermera con la que le había visto hablando días atrás en el hospital. Aquella enfermera era la misma, no cabía duda: cabello largo y negro recogido en una coleta, aspecto menudo y muy bella. Los dos parecían felices, pero la intuición inagotable del inglés notó algo extraño en esa foto, como si después de toda la alegría superficial hubiese algo malo que inexorablemente se contenía ahí, detrás de esas sonrisas hacia la cámara. 

-¿Qué te apetece tomar? ¿Una cerveza, tal vez? - preguntó el doctor desde la cocina, y unos ruidos de botellas llenaron el ambiente, haciendo que Rung enfocase su atención de nuevo en el mundo real, sintiéndose avergonzado por haber estado cotilleando con algo que parecía muy íntimo y personal.

-E...está bien. Gracias doctor. - carraspeó y rápidamente entró en la cocina, para ayudar a Ratchet con las cervezas -. Tienes una casa hermosa y puedo afirmar que eres muy afortunado de vivir aquí. Tu salón es tan grande como mi casa de alquiler allí, en el centro de la ciudad.

-¿Sigues viviendo en esa ratonera? - dijo Ratchet libremente, fijando la vista sentenciosa en Rung, por debajo de las cejas pobladas -. Tienes suficiente dinero como para irte a un sitio mejor, ¿por qué sigues teniéndole cariño a ese lugar?.

-Porque... me siento solo en una casa tan grande... ¿no te pasa a ti también, Ratchet?.

  Ratchet se sintió sorprendido ante lo directo de la pregunta y miró a Rung, aún sin creerse del todo que el inglés había utilizado su nombre por primera vez desde que se conocían. Ante la pregunta, suspiró haciendo un ruido gruñón, guardando silencio durante un par de largos segundos para al final asentir con pesadez, como si demostrar sus pensamientos o sentimientos a un ajeno fuese algo completamente nuevo para él. Finalmente, tendió una mano sujetando una lata de cerveza muy fría, dándole con la otra mano una palmada de consolación en la estrecha espalda, una palmada tan fuerte que casi hizo que las redondas gafas de Rung cayesen al suelo por segunda vez en el día.

-Algún día deberías venir a vivir conmigo. Entonces, ninguno de los dos se sentiría tan solo en nuestros hogares. 


   La velada fue divertida, un tipo de diversión basado en el poder disfrutar de la compañía y amistad de otra persona sin ningún tipo de tapujo o prejuicio. Un tipo de libertad que el Doctor Ratchet creía haber perdido de forma irrecuperable en su vida. 

  Sintiéndose lleno, apagó la televisión y giró su vista hasta la cristalera del salón, observando para su sorpresa un enorme y pacífico atardecer allá a lo lejos entre las montañas de color ocre. El hombre maduro suspiró y empezó a añorar la presencia de Rung, que había vuelto unas horas atrás a su humilde pero amado hogar, en medio de la caótica ciudad de Los Ángeles. El doctor no podía entender cómo un ser tan bueno y angelical como Rung podía haber caído en un lugar tan atroz, según su experiencia vieja y cansada, como ese. No, Los Ángeles no era más que una jungla que no estaba hecha para los buenos de espíritu, pero tampoco para los viejos lobos solitarios como él. Ratchet se recostó en el sofá, pero al cabo de unos segundos sus huesos decidieron dolerle, por lo que cambió de opinión y se desperezó. Acercándose de forma insegura al enorme armario que tenía ahí delante se le ocurrió la idea de que Rung había visto una parte de él que ni él mismo conseguía recordar. Estiró un brazo por entre los múltiples libros depositados allí, y rebuscó en las entrañas del armario. Las yemas de sus dedos no tardaron en toparse con un marco cuadrado de madera, y el frío cristal transmitiéndole escalofríos. 

  Ya podía verlo, ya podía ver el pasado de nuevo con claridad: una simple foto, una simple foto que le torturaba desde hacía mucho tiempo. Su alma no podía reconciliar el dolor que sentía al verla, pero aún así decidió sacarla de aquel rincón polvoriento durante unos minutos al menos, y reencontrarse cara a cara con un yo que no era de ese tiempo. Él y la enfermera, June Darby. La misma foto que Rung había visto horas atrás, pero que por educación no había querido preguntar de qué se trataba. Un Ratchet de hace años la cogía de la cintura y sonreía a la cámara, mientras ella, tan bella y hermosa como siempre, devolvía la mirada con algo de melancolía. Cada vez que Ratchet miraba esa foto, se daba cuenta de lo ignorante que había sido. Tan ignorante para no darse cuenta que esa misma instantánea marcaba un final no feliz, pero tampoco dramático. El tiempo se había agotado para ellos dos, y la decadencia estaba marcada. Él ya no volvería a ser feliz después de una ruptura tan amarga como aquella. 

Por eso mismo, este lobo solitario lloraba, gritaba y se sentía confuso. Por eso, simplemente colocaba  la foto detrás de todos sus conocimientos de medicina, detrás de toda su psique consciente, en el polvo y en la nada. El doctor sonrió pues supo que, Rung en su condición de psicólogo, no estaría de acuerdo con lo que Ratchet estaba haciendo; pero él siempre supo que era mejor llevar algo inconscientemente que conscientemente.

Era el precio a pagar por sus pecados. 




****

Notas: Siento haber puesto un taxista hindú. No me tratéis de racista, por que no lo soy: es simplemente que los taxistas hindues siempre han sido un prototipo que me gusta demasiado :). 


En el siguiente episodio voy a introducir un nuevo personaje que puede que os mole. A esperar!





jueves, 27 de febrero de 2014

Sniper X You

Cada vez que observas al Sniper, inevitablemente entiendes lo que es un hombre de verdad. Lo ves allí tendido sobre tu cama, tan perezoso y salvaje, sin camiseta que pueda tapar su amplio pecho marcado y fuerte, cubierto por vellos negros como su cabello. Pasas tu mirada, perfilando todas sus rasgadas características: mentón largo, brazos mazados, piernas largas y poderosamente fuertes, familiarizadas con la dura vida del cazador. Clava una mirada hambrienta en ti, tan directa que sientes un puñal dentro de tus entrañas, certera como sus balas. Suspira y sonríe, conduciendo su mano lentamente por el pecho, pasando por el vientre hasta llegar al gran bulto de su entrepierna ya erguida, sedienta y juguetona. No duda en apretar en esa zona, hasta que gime lamiéndose los labios.

Lo sabes. Es todo una provocación por su parte. Le gusta ir tanteando terreno, haciendo que poco a poco caigas en su trampa, como un animalillo acorralado sin esperanza. Tragas saliva e intentas mirar hacia otro lado, pero sabes que la tentación es tan grande que no podrás durar mucho tiempo sin caer en su juego, y tu corazón empieza a correr desbocado debajo de tu pecho.

-Acércate de una vez, nena. Llevo esperándote toda la noche...

Sientes mucho calor repentino al oír su voz surcando la habitación. Siempre la habías oído y ya estabas acostumbrada a ella... Pero no hablándote de esa forma. Es desgarradora, posesiva, adulta. Te atrae como el farol atrae a una mosca. Puede que sea peligroso, después de todo ese hombre es un experto asesino. Aún así, ¿tienes algo que perder entre ese mar de carne bien formada y sensual cuerpo curtido?. Sí, tal vez puedas perder tu alma en tal acto, dejarte poseer por el mismo demonio. Estabas dispuesta dar todo lo que fuese por estar al lado de ese hombre, incluso arriesgar tu propia vida.

Te acercas sigilosamente, casi impulsada por un ancestral arrebato del que no puedes deshacerte. Él te contempla como quien otea la cosa más deliciosa. Tú no vas elegante: unos pantalones vaqueros medio rotos y llenos de polvo por las batallas, una camiseta militar y unas raídas botas. Pero aunque no te des cuenta, desbordas sensualidad por todos los poros de tu piel y eso nunca ha pasado desapercibido. Cuando llegas al borde de la cama, él no deja esa extraña sonrisa de su rostro y pasa un brazo por tu cintura, acercándote a él con un gruñido. La electricidad de su cuerpo te merma, es casi como si irradiase una nube prometedora de lujuria que te envuelve más y más hasta asfixiarte. Entornas los ojos y pasas la mano por su rostro, deleitándote con sus labios carnosos y la barba de pocos días, tal como a ti te gusta en un hombre. Él no tiene las comunes gafas de sol que lleva y lo agradeces, pues así clavas tu pupila en la suya, azul como el cielo, y te ves reflejada en esos maravillosos ojos. Su cabeza viaja hasta tu cuello, que comienza a besar poco a poco, primero con cariño y al cabo de unos segundos pierde el control hasta volverse violento, pasando su lengua y dientes para que tú hundas más los dedos en su alborotado y negro cabello.

-¿Crees que eres la única que ha estado todo este tiempo a pan y agua? - susurra en tu oído, y aprietas fuertemente su cabello pues la excitación creciente en tu vientre es tan grande que crees llorar de la emoción – Tanto tiempo juntos... Y ni si quiera se te ocurrió en venir a mi. Pero ahora eso se terminó, querida. Vas a saber lo que es acostarse con un macho de verdad.

No tienes tiempo a responder ya que te besa con fogosidad, silenciando tus palabras. Aceptando tu destino y con la ayuda de esas manos valientes, vas quitándote impaciente cualquier centímetro de ropa que haya en tu cuerpo. Es todo un caos vertiginoso de sentimientos, besos y caricias rudas que hacen conmoverte y abrirte de piernas implorando una victoria en esa frenética batalla. Casi que puedes oír los tambores de guerra sonando mientras quita tus bragas y las lanza, después para bajar lamiendo tu pubis hasta tu mojado templo.

Abres los ojos en un espasmo cuando notas esa lengua rozando tu interior. Gimes y agarras las sábanas con tus puños, importándote tres bledos que alguien del equipo pueda oír tus gemidos. La lengua del Sniper es hábil y sabe como complacerte. Va aquí y allá, lamiendo y comiendo con hambre por todos los rincones, a veces parándose en tu entrada y otras recorriendo toda tu vulva con sus dientes. Te muerdes el labio inferior y vuelves a gemir su nombre, implorándole por una rápida liberación, cosa que él no te concederá hasta que su salvaje temperamento haya sido sofocado.

-Fóllame de una vez Sniper... Te lo ruego...

Lo único que te importa en esos momentos en sentirlo dentro de ti, manchándote con su sudor. Él parece no tener ningún problema en obedecer tu mandato, y abre tus piernas sin problemas, agarrándolas y pasándolas por su cintura. Sois, en esos instantes, dos animales en puro celo. Y te maldices por haber deseado tanto a ese hombre y no haberte decidido a hacer eso antes. ¿Por qué esperar tanto, cuando puedes tener al Sniper surcando tu cuerpo en estos mismos instantes?.

No es un hombre de muchos preliminares, y la primera embestida es ruda y sin lubricación. Gritas de dolor, pero después esa angustia pasa a un febril placer en un instante y te acabas viendo como pides por más y más sin descanso. Tú también eres tan exigente como él, no habrá descanso hasta que estés del completo satisfecha. Puro sexo puedes pesar, pero también sabes que el Sniper ha estado suspirando por ti desde que te vio entra en la base. Él es un hombre que considera que es un privilegio estar con él, y sí, tienes la suerte de que esté confiando en ti sin sentir la necesidad de clavar su machete en tu cuello. Cuando lo miras, sabes que no es de los que pueden ser el padre de tus hijos, pero aún así no quieres dejar de desearle y te preguntas una y otra vez si podrías ser tu esa mujer: su compañera, amiga, amante y esposa.

No esperes que te diga cosas bonitas al oído mientras te hace el amor, ni si quiera te hace saber todo lo que le puedes excitar o todo lo que le gustas en ese mismo momento. Simplemente lo sabes; su mirada devoradora curtida por las expediciones en los desiertos hostiles de Australia que hace levitar cada célula de tu tembloroso cuerpo, la voz que emite gemidos largos y ásperos, dedos trabajadores en tu piel que no cesaban en tocarte hasta que tu cuerpo sea por fin suyo. Borrando todo el rastro de antiguos amantes, impregnándote de su olor masculino. Haciéndote enloquecer en ese acto tan posesivo pero gozoso. Y mientras, literalmente, gritas de placer por sentirte tan dichosa, femenina y excitada a su lado, mientras ese miembro duro no deja de penetrarte con la fuerza de miles de truenos, mientras crees desfallecer con tus dientes en su musculoso cuello y las uñas surcando la amplia espalda fijándole unas terribles pero hermosas marcas que marcaría con orgullo en sus batallas...Mientras todo eso fuese real, sabías que él ya solo tenía ojos para una persona, y que no iba a dejarte ir con tanta facilidad.


Tan desesperado ese hombre, podías oler esa frustración cada vez que arreme en ti con pasión feroz. Imaginaste las horas y horas de soledad a la que Sniper se tenía que haber sometido en las misiones. Solamente acompañado por un reloj, una taza de café, su machete y rifle limpiados previamente como en un acto ritual. Siempre preparado para matar, siempre planeando un plan para asesinar a todo el mundo que pueda conocer. Cuando tu mente se torna a ratos lúcida, no tan empañada por la lujuria, pasas los dedos suavemente por las cicatrices de su bien formado pectoral y no puedes evitar preguntarte a cuantos hombres ha enviado a la tumba, y a cuantas mujeres a su cama. Pero después te das cuenta de que tal vez no han sido demasiadas. Gruñe en tu oído, rudo pero lo suficiente entrecortado como para te derritieras, y graciosamente piensas que él no es como el petulante y romántico del Spy. Seguramente no han sido tantas las mujeres que han pasado por su lecho, solo unas pocas a las que amó con todo su corazón ya roto. Y ahora esta ahí, follándote con tanta dedicación y pasión, moviéndose encima tuyo en movimientos secos y cortantes que creías que te partiría en dos. Ya no importa nada más, solo sentir ese cuerpo encima tuyo moldéandote como si de una pieza de arcilla fueses.

Pasa su callosa mano por todo tu abdomen hasta llegar a tu entrepierna húmeda, dos dedos perfectamente alineados en tu clítoris que palpita, rogando por la liberación. Hacía mucho tiempo que no catabas a un hombre, y tampoco tuviste la necesidad de sentirte segura entre unos brazos musculosos y un pecho cálido de corazón palpitante... Pero ahora pedías más. Que llevase tu cuerpo a donde más desease, al confín del mundo como te había prometido. Esos dos dedos que algunas veces te habían acariciado el rostro mientras dormías, esos mismos que te señalaban cuando se enfadaba contigo porque no capturaste un punto y pusiste en peligro a todo el grupo. El indice y anular de su mano derecha con los que apretaba el gatillo de su rifle. Esos mismos ahora te estaban guiando hacia el camino correcto del paraíso. Te acaricia, jugando con tu sudado cuerpo y hasta que no gritaras su nombre, no dejaría que te corrieses.

-M-Mundy... Mundy por favor... - consigues decir entre jadeos compungidos. Después te uniste a él en otro de los millones de besos lascivos que habíais compartido esa noche.

Él simplemente te ofreció una de sus sarcásticas sonrisas de medio lado que siempre ponía cuando algo le gustaba y deseaba mantenerlo oculto. Apretó tu culo con una mano, te lamió la cuenca de la oreja y un calambre fascinante cruzó a lo largo de tu columna vertebral, provocando un inesperado ruego de tu boca.

-Pídemelo como solo tú sabes hacer... - su violenta voz retumba en tu cabeza y te sientes mareada de deseo.

Los únicos sentidos que posees estan mermados ante tanta masculinidad, ante tanto placer. Los orgasmos se están acumulando dentro de ti, pero sientes la humillación al notar que, hasta que él no desease, tú no podías ser liberada de esa cadena interminable de fogosidad. Siempre tan seguro de sí mismo, tan salvaje y astuto... Nunca viste nada igual. Nunca sentiste nada igual, ni lo harás el resto de tu vida. Los dos dedos del Sniper te tienen pendida de un hilo. Sus ojos azules te atraviesan como lo podían hacer sus balas, deja todo tu ser hecho trizas. Árido, así es como sabe. Todo un cuerpo marcado a cincel y martillo, atlético, robusto. Él había estado trabajando duro para ganarse un puesto en la Corporación. Cuerpo de Mercenario, Alma de Mercenario. Y aún así, era capaz de amarte con un fuego interno que si no estabas acostumbrado, quemaba como el mismo Infierno. Una vida anterior como salvaje cazador de presa en el interior de Australia bastaba como para hacer temer hasta a los más poderosos enemigos, pero a ti lo único que te provocaba eran un extraño sentimiento en tu interior tan profundo y desorbitante que no podías negar. No, ya nunca más.

Pasas las piernas por su cintura, y murmuras como una gata en celo, encanta de notar como todos los músculos de Sniper se contraen gozosos ante tal acto. Él gime pesadamente, pasando su mirada evaluadora por tu cuerpo repetidamente, y por cada segundo su erección excavaba más hondo en tu interior. Había llegado el momento.

-Por favor...Por favor Sniper... ¡Joder! Joder, joder...Haz que me corra...hazlo ya...quiero tu leche dentro mia, la quiero...¡Mundy!.

Tus palabras no son en vano, y tiembla violentamente, mordiéndose el labio inferior con sus caninos. Crees por momentos que el mundo se va a desmoronar encima vuestro. Tan exquisito, una sensación de plenitud en la que te confundes con él y creáis uno solo. Tan violenta, pues él hace que te conviertas en un torrente de pura energía, tan grande que te agita y hace removerte por la cama. Dejas de ser tú, y te pierdes en unos ojos azules y barbilla prominente que te sonreía con una nota de cariño maduro. Y el Sniper profiere un irresistible gemido cuando se corre en tu interior. Sus caricias, sus besos, sus mordidas en tu cuello haciéndote sangrar...Ni si quiera avisó, tú tampoco lo hiciste... pero era bueno, demasiado bueno como para perder el tiempo en palabras innecesarias. Solo el placer, solo su aroma y fragancia en tu interior mientras te arroja con él hasta el mar de éxtasis. Cuando el torbellino por fin termina, crees oír que dice algo sucio en tus oidos, pero caes semi inconsciente en la cama con un lacónico suspiro y sonríes de cansancio y necesidades cubiertas. Él se tumba a tu lado, pero sin dejar de abrazar tu cuerpo con firmeza. Te acerca hasta su pecho y besa tu párpado, todo tan rápido y con una seguridad desgarradoras. Entonces, solo entonces, te das cuenta de que hay un poco de sangre en tu cuello que él lame perezosamente.

-Siento lo del cuello... No lo vi venir – dice al cabo de unos minutos, su voz ha vuelto a la normalidad, empañada con su tono tan sarcástico y común de siempre. Te abraza de buena gana mientras tú oyes su enorme corazón debajo de sus perfectos músculos retumbando en tu oído. Te podía haber parecido un juego tribal, pero si algo caracterizaba al Sniper es que siempre iba enserio, tanto con sus víctimas como con sus conquistas. Y sonreía con los ojos cerrados, de vez en cuando te besaba el cuello con cariño pero solo era una excusa para pegarte más a su amplio y robusto cuerpo, como queriendo protegerte de un algo inexistente aún sabiendo que tú no necesitabas la ayuda de nadie. Así era el Sniper. Pasaba todo el tiempo de mal humor, pero nunca lo pagaría contigo.

Hubo un silencio, pero no de esos incómodos que son tan espesos que pueden cortarse con cuchillo. Era un silencio de complicidad, en el que sonreíais para vuestros interiores, contentos de los logros conseguidos juntos.

Sabías que no habría velas ni cenas románticas. Tal vez nunca te diría ni una sola palabra hermosa durante meses, mientras conducía su camioneta rumbo a Dios sabe donde. Era seco, cortante y desafiante. Y aunque no estás segura de estar enamorada, gracias a su presencia te encuentras por fin a salvo. Tal vez la estabilidad había vuelto a tu vida, tal vez. Piensas que él siempre se preocupa por ti, te pregunta cada mañana como te sientes, te arropa en las frías noches mientras miráis juntos el firmamento, pegados uno al lado del otro bajo una manta. Notas como poco a poco se queda dormido, relajando todo su ser en el hecho como hacía tiempo no lo había hecho. Esa noche dormirá bien, se siente cómodo a tu lado.

Te levantas en silencio y te acercas a la ventana. La abres y dejas que el aire fresco de la noche corra por la habitación, acariciando tu cuerpo con alivio. Miras hacia la luna y un puñetazo de nostalgia remueve tu consciencia. Él te llevará a Australia, y allí podrás empezar una nueva vida sin tener que recordar el pasado. Comeríais Pavlova y Vegemite, aunque su agrio sabor lo más seguro es que no te gustase. Quieres reír junto a él de tus ocasionales chistes malos, quieres que te lleve con su furgoneta a ver mundo como siempre has deseado. Y sobretodo, seguirá entrenándose para convertirse en un real Australiano, mientras tú observarás ese cuerpo ágil moverse al viento. Aunque, posiblemente nunca volverás a tener un amor de verdad, él está ahí para lo que necesitas. Desaparecerá durante días, lo sabes, pero siempre te dirá eso de ''Siempre estaré observándote, no lo olvides''. Si lo piensas, no es la primera vez que te comenta algo asó, aún cuando ni si quiera conocías sus verdaderos sentimientos.

Suspiraste de nuevo.

Está bien. Tal vez, sí estés enamorada de él.


Arte by http://lintufriikki.tumblr.com