Warning: Esta historia es un Alter Universe (Universo Paralelo/What if...) escrita por Hombredelefa (Nahuel para los que lo conocéis). Sería una situación completamente independiente y paralela a la historia principal.
readers advice: violencia, lenguaje adulto, nc-17. AU.
Muchas gracias Hombredelefa por tu aporte tan magnífico. Aquí os dejo con el One Shot.
Rung malhadado
Siempre
supo que, de alguna manera, llegaría este día. No éste,
precisamente, no así; pero llegaría el día en el que su vida se
tornaría una inmensa tragedia, el fin de las sonrisas. Ese día en
el que su vida se transformaba en algo tan distinto a lo que él
conocía que no encontraría la respuesta en sus libros. Pensó en la
forma en la que los recuerdos se desvanecen, como si la memoria no
fuese más que una ventana que lavamos tras una lluvia repentina,
como si alguien pudiera apagar la gramola y silenciar cada melodía
de la vida de alguien, borrar de su memoria cada noche que pasó
observando con una copa en la mano a todas esas reinas de la noche
del karaoke. Pero no funcionaba así. Los recuerdos volvían una y
otra vez a su cabeza, acosándole, enfadándole, hundiéndole más y
más profundo.
El
alcohol no era un buen salvavidas, y sin embargo había decidido
aferrarse a él. “Si al menos pudiese callar mi propia voz durante
un tiempo”, se dijo. Apenas se había dado cuenta de lo que había
hecho: había colgado el teléfono de la habitación, y en un corto
período de tiempo llegaría la prostituta que había solicitado. No
le dio demasiadas vueltas a ello. Esta sería la primera – y
probablemente – única vez que solicitaría los servicios de una
profesional.
Durante
aquellos inquietantes minutos que la prostituta tardó en llegar su
mente vagabundeó sin tregua por entre sus recuerdos, memorias,
pensamientos y sorbos de whisky. Quiso pensar en Ratchet y en el
tiempo que habían pasado juntos aquella misma tarde, pero no era
capaz de concentrarse en nada.
Sonó
el timbre de la puerta. Abrió. La vio, y por espacio de un instante
tuvo una extraña sensación. Remordimientos, pensó. No era el
momento para ello. Era el momento de olvidar.
En
aquella situación, tratando de ser el mismo Rung agradable y cortés
que siempre había sido, la sensación de anonimato creció en él
deprisa... de ser alguien diferente, de estar con alguien que no le
conocía y a quien no volvería a ver...esa sensación le embriagó,
le sedujo; otro Rung diferente, más serio, más duro y menos
hablador quería abrirse paso en esa habitación. No habría espacio
para nadie más: estaba ella y estaba él. Whisky, una cama sin hacer
y una solitaria y triste ventana que a duras penas era capaz de
capturar la luz de la noche.
Una
manos que no eran las suyas le rozaron la entrepierna por encima del
pantalón. El sonido metálico de la hebilla del cinturón al
desabrocharse le aceleró el pulso. Esas mismas manos se cerraron con
fuerza sobre su miembro, apretando la tela del pantalón, moviéndose
implacables. Cuando el pantalón cayó por fin estaba muy excitado,
fascinado, inmerso en una vorágine de diferentes sensaciones, todas
ellas placenteras. Luego todo ocurrió muy rápido; sintió un calor
impactante, penetrante, tóxico, tan agudo pero tan suave que le
temblaron las piernas. Se atrevió a mirar hacia abajo: la boca de
ella era más de lo que podía soportar, reduciéndole a un volcán
que deseaba explotar. La sensación fue tan intensa, el placer tan
profundo y desconocido, que Rung tuvo que reprimir las ganas de
gritar. En aquella situación cualquiera se habría dejado llevar y
habría disfrutado de los servicios por los que iba a pagar. Pero no
él; él creó un vínculo de intimidad entre ellos, y se sintió
vulnerable al dejar su felicidad en manos de otra persona, aun cuando
fuera algo temporal.
Ella
se levantó, sus ojos se encontraron. Continuó con la mano, tan
cerca de Rung que podía oler el olor a alcohol en su boca. Se quitó
la peluca y miró a Rung. El pelirrojo tardó en comprender que la
prostituta era en realidad un hombre. Quizá no tardó en
comprenderlo, y lo que ocurrió es que el tiempo se detuvo para él.
Y esos segundos tensos en los que ambos hombres se miraron fueron
eternos, y esos pensamientos que se agolparon de súbito en su mente
le dejaron impotente y congelado.
Rung
le dio una bofetada. La impotencia dio paso a la rabia. La rabia dio
paso a cosas peores. Volvió a golpearle, esta vez con mayor
violencia. Todo el cuerpo le temblaba de furia, una sensación
surgida de la impotencia, de la repulsa, del odio, de todo aquello
que atravesaba su cuerpo con cada bocanada de aire. Por horroroso que
pudiera resultarle seguía excitado, más incluso que antes. Pudiera
ser horrible, pero ese arrebato de violencia visceral le había
excitado poderosamente, y así lo demostraba su erección, dura y
primitiva. Qué sensación más terrible podía llegar a ser la
dominación. El poder sobre otra persona había sido objeto de
estudio desde el principio de los tiempos. Él lo sabía, y sin
embargo nunca lo había sentido, experimentado, paladeado, tan
vivamente, tan crudamente.
Rung
le agarró y lo tiró en la cama, boca abajo, a cuatro patas en el
extremo de la cama. Le bajó los pantalones, le quitó la ropa
interior. No quería verle la cara, no quería oír su voz. No quería
nada de él y lo quería todo. Le penetró. Lo hizo con fuerza, con
rabia, y una vez que empezó no pudo parar. Siguió y siguió
mientras le quedaron fuerzas. Estaba borracho, lo suficiente como
para no saber si estaba disfrutando o no, si jadeaba de cansancio o
placer, si acaso se acordaría de algo a la mañana siguiente.
Ninguno
de los dos habló durante un buen rato. Estuvieron tendidos en la
cama, rodeados del tenso silencio, interrumpido ocasionalmente por
los largos tragos que Rung le daba a su vaso de whisky. La habitación
olía a sexo, rebosaba rencor, y respiraba ese crudo silencio que,
junto a todos esos pensamientos que jamás fueron pronunciados,
parecían tener más vida que aquellos dos hombres.
Rung
quería dejar de pensar. ¿Había sido consentido o forzado? Un
encuentro anónimo, sin nombres, sin largas y tristes historias que
compartir, sin sentimientos ni la falsa esperanza de futuro. ¿Qué
había ocurrido en realidad? Tal vez todos esos años sintiéndose
inferior habían culminado en aquello, los insultos por ser
pelirrojo, débil...y el alfeñique al fin se había transformado en
otra cosa. Tal vez había ganado una batalla que empezó en el
instituto, pero pensar en el precio a pagar por esa victoria podría
llevarle a lugares oscuros de su mente a los que no quería acceder.
Así había comenzado todo: quería dejar de pensar.
—El
mundo es una cloaca — dijo de pronto aquel hombre —. La gente
ahí fuera no se quiere dar cuenta. Se aferran a cualquier idea para
evitar ver la realidad que les rodea. Nos aferramos a la esperanza
de un futuro mejor, de que algún día, por alguna razón, la mierda
que tenemos delante desaparecerá. Eso es lo que nos mantiene con
vida. Esa mentira es la que nos hace levantarnos cada mañana. Somos
criaturas que tratamos, por cualquier medio, de convencernos de que
la ilusión de tener un “yo” es real, cuando la verdad es que
todo el mundo es nadie.
—¿Qué?
— dijo Rung —. ¿De qué estás hablando?
—Sólo
digo que lo mejor que podríamos hacer, en términos de evolución y
por nuestra especie, es negar nuestra programación, dejar de
reproducirnos, aceptar que no hay ninguna razón para levantarse
cada mañana. Me digo a mi mismo que lo hago para ser testigo,
cuando en realidad la respuesta es obvia: lo hago por mi propia
programación...pero no tengo el valor de suicidarme.
Pasaron
unos minutos. El hombre se levantó, se vistió y se puso la peluca.
—Tengo
que irme — dijo.
—Te
llevo en coche — contestó Rung. Vio que ese hombre iba a añadir
algo, pero no dijo nada.
La
borrachera se le estaba pasando, y aunque no podía pensar con
claridad notaba que poco a poco el cuerpo le respondía. Era de
madrugada. Las calles estaban tranquilas y despejadas. Las farolas
encendidas se sucedían como un interminable desfile de luciérnagas.
Rung conducía en silencio. A su lado aquel hombre miraba
distraídamente por la ventana. Ninguno parecía feliz con lo que
había ocurrido. Tampoco parecían dispuestos a hablar de ello. No
había necesidad, pues después de esa noche no volverían a verse.
Perdido
en sus pensamientos, cada vez más incómodo por las luces de las
farolas que le deslumbraban una y otra vez, Rung no lo vio a tiempo;
se había saltado un semáforo, y un coche se les echó encima por la
derecha. Unas luces brillantes, luego un ruido sordo. Fue un choque
tremendo. La cabeza de su acompañante golpeó el cristal. Ese ruido
sería lo que se le quedaría grabado para siempre a Rung. Eso y la
forma en la que ese hombre le miraba con ojos muertos, una mirada
vacía y sin vida. Rung lo supo enseguida, no tuvo que tomarle el
pulso para saber que había muerto.
Todos
habían muerto menos él: una pareja en el otro coche y ese hombre
que había conocido apenas unas horas antes. No llegó a verles con
claridad, únicamente las figuras borrosas que se perfilaban
torpemente a través del malhadado parabrisas. Rung no intentó salir
del coche, se quedó allí, inmóvil, aturdido, perdido. Seguramente
tenía algún hueso roto. Pero no era capaz de sentir nada: los había
matado, y eso era todo. Cerró los ojos, y se dejó llevar.
Fue
mientras estaba encerrado en la comisaría cuando tomó consciencia.
Homicidio involuntario. Culpable. Cárcel. Veintidós horas para
pensar en lo que había hecho, dos horas en la zona común con los
otros presos...y no era capaz de saber qué le daba más miedo. Estar
solo, encerrado con uno mismo podía llegar a ser aterrador. La culpa
le devoraría. Repetiría una y otra vez cada segundo de esa noche,
reviviendo una y otra todo aquello que no debería haber ocurrido
jamás. ¿Qué recordaría más a menudo, el accidente o lo vivido en
el anonimato de la habitación?
Lo
recordaría todo, tendría tiempo de sobra. Cada movimiento, cada
respiración, cada palabra, cada vez que...
Recordaría
el olor de la sangre y los ojos vacíos. Cada sorbo de whisky, el
sonido terrible del cráneo fracturándose, todas y cada una de las
farolas encendidas. Su furia. Su odio. Su propia estupidez.
Allí
sentado, mirando a través de los barrotes de su celda, temblaba al
pensar en las dos horas que debería pasar cada día en la zona
común. Se convertiría en la puta de alguien; sería fuerte, alto y
musculoso. Sería blanco, de algún grupo de supremacía aria, un
animal que había ido perdiendo todo rasgo de humanidad. Le
humillaría, como había humillado él a ese hombre aquella noche.
La desesperación que le haría sentir sería más afilado que mil
cuchillos. Sería así día tras día, hasta que al fin un día
dejaría de resistirse y aceptaría, sumiso, que su vida ya no le
pertenecía. Su dueño le miraría y él acudiría. Su amo se bajaría
los pantalones y él se arrodillaría. Y allí mismo, en medio del
pabellón donde todos los presos les verían, chuparía esa polla
hasta que se pusiera dura.
Pic by http://theminttu.tumblr.com/post/29730249413/rung-rungurnurng-ururrng |
Simplemente fantástico. Me encanta el nihilismo latente del travesti y la sórdida descripción de los hechos. Es una visión interesante de Rung.
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