jueves, 12 de junio de 2014

Random -


¿Alguna vez te preguntaste por qué a pesar de estar tan sola, no eres capaz de sentir tristeza?

¿Acaso alguna vez has sentido nostalgia por algo que nunca viviste?


¿Simplemente has estado enamorada de alguien a quien nunca antes habías conocido?


Sentada en la orilla observaba como la viva arena enterraba mis pies y los hacía desaparecer, para después dejar paso la atolondrada ola de sal que liberaba las extremidades de esa prisión. Segundos después, la arena volvía para posarse, como en un eterno ciclo que se repetía una y otra y otra vez. Sabía que no pararía hasta que el fin de los tiempos viniese. 

Aquellos pequeños gránulos de arena, tan insignificantes en apariencia, tan remotamente prehistóricos, eran como mis sentimientos entremezclándose y formando una masa compacta que cuando creía estar unida desaparecía bajo una fuerza aún más potente. Esa fuerza era majestuosa y suprema. Esa fuerza eras tú.

Creía estar tan sola que el mundo se apagaría y yo seguiría viviendo, como si nada o nadie reparase en mi presencia. Pero sabía que era una creencia errónea, y por lo tanto no podía sentir tristeza o un ápice de congoja. Tenía la certeza y la esperanza de que un ángel venía por las noches a reparar en mi estado, cuando el sueño era profundo y mi mente susceptible. Viendo como las olas se llevaban la arena allá a lo lejos para hacerla desaparecer, recreaba esos sentimientos de paz que ese ser me brindaba en sus pernoctadas visitas. 

Podía recordar como se colaba por mi ventana volando con sus bellas alas negras en lo más oscuro de la madrugada. Sin hacer ningún ruido y trayendo consigo un olor a lluvia y a rosas, se quedaba quieto en un rincón, observando mi cuerpo con un deje extraño en sus ojos. Ese era un aroma lejano y distante que me recordaba a los sitios secretos a los que ningún ser vivo puede acceder, un perfume que me traía sueños hermosos pero también una tristeza inexplicables. No podía borrar de mi mente la forma en que se sentaba en mi cama y me escrutaba, entrando en mi mente sin mucha dificultad. Sus movimientos eran tan gráciles y vaporosos que creía tener a un mismo oscuro fantasma en mi presencia. Pero él no era un fantasma. Él era real, tan real como las olas que acariciaban mis pies con ternura. 

No podía moverme, tan sólo respirar y mantener los ojos entrecerrados como en un peligroso trance. Una noche me atreví preguntarle quien era y qué hacía ahí, y él simplemente sonrió con neutralidad. 

''Te he estado observando desde hace mucho, mucho tiempo'' habló una voz retumbante y seductora en mi mente, martilleando mi cerebro y absorbiendo mi alma. Había tanto misterio en sus palabras, tanta belleza que mi cuerpo creía estar siendo paralizado por su misma presencia. Y así era. 

''N-No lo entiendo...'' mi desordenada voz mental era más vacilante, menos acostumbrada al contacto telepático. Empecé a notar como unos largos filamentos invisibles entraban en mi mente y por un momento me perdí en esos ojos de colores inciertos. Creí estar en un espectro de verdes, azules y marrones cambiantes. Luego, me soltó. 

''Algún día entenderás porque estoy aquí, pequeña criatura. Pero mientras mi presencia sea bienvenida al templo de tu carne, nadie ni nada podrá hacerte daño''

Tragué saliva y cerré los ojos, sumiéndome en un sueño dirigido por el inconsciente y la nada. Aún así, su presencia era latente, potente y a veces muy física. Noté como acariciaba mi cabeza para depositar un beso en mi frente, un inequívoco signo de despedida que anunciaba el alba inminente. 

Después de algunas visitas más en mi habitación, el ángel oscuro no apareció más. La arena volvía a enterrar mis pies bajo capas y capas de sentimientos de desamparo y desolación. Nunca me acordé de preguntar su nombre, ni de donde venía, ni por que yo era la elegida de su protección. Cuando él ya no guardaba mis sueños, mi mundo interior se derrumbaba y las pesadillas atormentaban mi pobre mente, despertando agitada en mitad de la noche y llorando hasta que no había más lágrimas que llorar. Recordaba como muchas veces me quedaba despierta, sentada en el alfeizar de la ventana mientras mi figura era recortada por la luz de la luna. Y me preguntaba si él provendría de aquel rocoso y mágico mundo del que tantas historias había oído hablar.
Él no escuchó mi llamada, y ahí me hallé, sentada en el borde de una dimensión tan hostil que creía que se me tragaría. 

Mis ojos se hallaban amenazados por las lágrimas que luchaban por salir, cuando en un instante, en un preciso momento, el tiempo se fugó. Las olas, la arena, las lágrimas, el sonido del viento y de las gaviotas dejaron de...

Ahí, en el filo de todas las posibilidades, alzándose en poder como sólo una criatura podía hacerlo, una figura tal cual la recordaba: negra, oscura, placentera. Estaba él, no muy lejos de mi, su sonrisa de bienvenida, sus ojos escrutadores, sus alas estiradas, sus botas marcando su paso. Mi ángel de alas negras, mi protector, mi señor.
Ya no tenía nada que temer. Ya no tenía porqué sentir ese dolor. Ahora entendía: había estado enamorada de quien siempre me había protegido en sueños.  

Y en ese momento, en el ocaso del sol, creía estar viendo a una de las criaturas más nobles que un ser humano podía haber observado jamás. Y las olas se llevaron la arena, para que ésta no volviese a taparme nunca más.