miércoles, 9 de abril de 2014

Jungla de Asfalto - ALTER UNIVERSE (One shot)

  
Warning: Esta historia es un Alter Universe (Universo Paralelo/What if...) escrita por Hombredelefa (Nahuel para los que lo conocéis). Sería una situación completamente independiente y paralela a la historia principal. 
readers advice: violencia, lenguaje adulto, nc-17. AU. 
Muchas gracias Hombredelefa por tu aporte tan magnífico. Aquí os dejo con el One Shot.

Rung malhadado



  Siempre supo que, de alguna manera, llegaría este día. No éste, precisamente, no así; pero llegaría el día en el que su vida se tornaría una inmensa tragedia, el fin de las sonrisas. Ese día en el que su vida se transformaba en algo tan distinto a lo que él conocía que no encontraría la respuesta en sus libros. Pensó en la forma en la que los recuerdos se desvanecen, como si la memoria no fuese más que una ventana que lavamos tras una lluvia repentina, como si alguien pudiera apagar la gramola y silenciar cada melodía de la vida de alguien, borrar de su memoria cada noche que pasó observando con una copa en la mano a todas esas reinas de la noche del karaoke. Pero no funcionaba así. Los recuerdos volvían una y otra vez a su cabeza, acosándole, enfadándole, hundiéndole más y más profundo.

  El alcohol no era un buen salvavidas, y sin embargo había decidido aferrarse a él. “Si al menos pudiese callar mi propia voz durante un tiempo”, se dijo. Apenas se había dado cuenta de lo que había hecho: había colgado el teléfono de la habitación, y en un corto período de tiempo llegaría la prostituta que había solicitado. No le dio demasiadas vueltas a ello. Esta sería la primera – y probablemente – única vez que solicitaría los servicios de una profesional.

  Durante aquellos inquietantes minutos que la prostituta tardó en llegar su mente vagabundeó sin tregua por entre sus recuerdos, memorias, pensamientos y sorbos de whisky. Quiso pensar en Ratchet y en el tiempo que habían pasado juntos aquella misma tarde, pero no era capaz de concentrarse en nada.

  Sonó el timbre de la puerta. Abrió. La vio, y por espacio de un instante tuvo una extraña sensación. Remordimientos, pensó. No era el momento para ello. Era el momento de olvidar.

  En aquella situación, tratando de ser el mismo Rung agradable y cortés que siempre había sido, la sensación de anonimato creció en él deprisa... de ser alguien diferente, de estar con alguien que no le conocía y a quien no volvería a ver...esa sensación le embriagó, le sedujo; otro Rung diferente, más serio, más duro y menos hablador quería abrirse paso en esa habitación. No habría espacio para nadie más: estaba ella y estaba él. Whisky, una cama sin hacer y una solitaria y triste ventana que a duras penas era capaz de capturar la luz de la noche.

  Una manos que no eran las suyas le rozaron la entrepierna por encima del pantalón. El sonido metálico de la hebilla del cinturón al desabrocharse le aceleró el pulso. Esas mismas manos se cerraron con fuerza sobre su miembro, apretando la tela del pantalón, moviéndose implacables. Cuando el pantalón cayó por fin estaba muy excitado, fascinado, inmerso en una vorágine de diferentes sensaciones, todas ellas placenteras. Luego todo ocurrió muy rápido; sintió un calor impactante, penetrante, tóxico, tan agudo pero tan suave que le temblaron las piernas. Se atrevió a mirar hacia abajo: la boca de ella era más de lo que podía soportar, reduciéndole a un volcán que deseaba explotar. La sensación fue tan intensa, el placer tan profundo y desconocido, que Rung tuvo que reprimir las ganas de gritar. En aquella situación cualquiera se habría dejado llevar y habría disfrutado de los servicios por los que iba a pagar. Pero no él; él creó un vínculo de intimidad entre ellos, y se sintió vulnerable al dejar su felicidad en manos de otra persona, aun cuando fuera algo temporal.

  Ella se levantó, sus ojos se encontraron. Continuó con la mano, tan cerca de Rung que podía oler el olor a alcohol en su boca. Se quitó la peluca y miró a Rung. El pelirrojo tardó en comprender que la prostituta era en realidad un hombre. Quizá no tardó en comprenderlo, y lo que ocurrió es que el tiempo se detuvo para él. Y esos segundos tensos en los que ambos hombres se miraron fueron eternos, y esos pensamientos que se agolparon de súbito en su mente le dejaron impotente y congelado.

  Rung le dio una bofetada. La impotencia dio paso a la rabia. La rabia dio paso a cosas peores. Volvió a golpearle, esta vez con mayor violencia. Todo el cuerpo le temblaba de furia, una sensación surgida de la impotencia, de la repulsa, del odio, de todo aquello que atravesaba su cuerpo con cada bocanada de aire. Por horroroso que pudiera resultarle seguía excitado, más incluso que antes. Pudiera ser horrible, pero ese arrebato de violencia visceral le había excitado poderosamente, y así lo demostraba su erección, dura y primitiva. Qué sensación más terrible podía llegar a ser la dominación. El poder sobre otra persona había sido objeto de estudio desde el principio de los tiempos. Él lo sabía, y sin embargo nunca lo había sentido, experimentado, paladeado, tan vivamente, tan crudamente.

  Rung le agarró y lo tiró en la cama, boca abajo, a cuatro patas en el extremo de la cama. Le bajó los pantalones, le quitó la ropa interior. No quería verle la cara, no quería oír su voz. No quería nada de él y lo quería todo. Le penetró. Lo hizo con fuerza, con rabia, y una vez que empezó no pudo parar. Siguió y siguió mientras le quedaron fuerzas. Estaba borracho, lo suficiente como para no saber si estaba disfrutando o no, si jadeaba de cansancio o placer, si acaso se acordaría de algo a la mañana siguiente.

  Ninguno de los dos habló durante un buen rato. Estuvieron tendidos en la cama, rodeados del tenso silencio, interrumpido ocasionalmente por los largos tragos que Rung le daba a su vaso de whisky. La habitación olía a sexo, rebosaba rencor, y respiraba ese crudo silencio que, junto a todos esos pensamientos que jamás fueron pronunciados, parecían tener más vida que aquellos dos hombres.

  Rung quería dejar de pensar. ¿Había sido consentido o forzado? Un encuentro anónimo, sin nombres, sin largas y tristes historias que compartir, sin sentimientos ni la falsa esperanza de futuro. ¿Qué había ocurrido en realidad? Tal vez todos esos años sintiéndose inferior habían culminado en aquello, los insultos por ser pelirrojo, débil...y el alfeñique al fin se había transformado en otra cosa. Tal vez había ganado una batalla que empezó en el instituto, pero pensar en el precio a pagar por esa victoria podría llevarle a lugares oscuros de su mente a los que no quería acceder. Así había comenzado todo: quería dejar de pensar.

El mundo es una cloaca — dijo de pronto aquel hombre —. La gente ahí fuera no se quiere dar cuenta. Se aferran a cualquier idea para evitar ver la realidad que les rodea. Nos aferramos a la esperanza de un futuro mejor, de que algún día, por alguna razón, la mierda que tenemos delante desaparecerá. Eso es lo que nos mantiene con vida. Esa mentira es la que nos hace levantarnos cada mañana. Somos criaturas que tratamos, por cualquier medio, de convencernos de que la ilusión de tener un “yo” es real, cuando la verdad es que todo el mundo es nadie.

¿Qué? — dijo Rung —. ¿De qué estás hablando?

Sólo digo que lo mejor que podríamos hacer, en términos de evolución y por nuestra especie, es negar nuestra programación, dejar de reproducirnos, aceptar que no hay ninguna razón para levantarse cada mañana. Me digo a mi mismo que lo hago para ser testigo, cuando en realidad la respuesta es obvia: lo hago por mi propia programación...pero no tengo el valor de suicidarme.

Pasaron unos minutos. El hombre se levantó, se vistió y se puso la peluca.

Tengo que irme — dijo.

Te llevo en coche — contestó Rung. Vio que ese hombre iba a añadir algo, pero no dijo nada.

  La borrachera se le estaba pasando, y aunque no podía pensar con claridad notaba que poco a poco el cuerpo le respondía. Era de madrugada. Las calles estaban tranquilas y despejadas. Las farolas encendidas se sucedían como un interminable desfile de luciérnagas. Rung conducía en silencio. A su lado aquel hombre miraba distraídamente por la ventana. Ninguno parecía feliz con lo que había ocurrido. Tampoco parecían dispuestos a hablar de ello. No había necesidad, pues después de esa noche no volverían a verse.
Perdido en sus pensamientos, cada vez más incómodo por las luces de las farolas que le deslumbraban una y otra vez, Rung no lo vio a tiempo; se había saltado un semáforo, y un coche se les echó encima por la derecha. Unas luces brillantes, luego un ruido sordo. Fue un choque tremendo. La cabeza de su acompañante golpeó el cristal. Ese ruido sería lo que se le quedaría grabado para siempre a Rung. Eso y la forma en la que ese hombre le miraba con ojos muertos, una mirada vacía y sin vida. Rung lo supo enseguida, no tuvo que tomarle el pulso para saber que había muerto.

  Todos habían muerto menos él: una pareja en el otro coche y ese hombre que había conocido apenas unas horas antes. No llegó a verles con claridad, únicamente las figuras borrosas que se perfilaban torpemente a través del malhadado parabrisas. Rung no intentó salir del coche, se quedó allí, inmóvil, aturdido, perdido. Seguramente tenía algún hueso roto. Pero no era capaz de sentir nada: los había matado, y eso era todo. Cerró los ojos, y se dejó llevar.


  Fue mientras estaba encerrado en la comisaría cuando tomó consciencia. Homicidio involuntario. Culpable. Cárcel. Veintidós horas para pensar en lo que había hecho, dos horas en la zona común con los otros presos...y no era capaz de saber qué le daba más miedo. Estar solo, encerrado con uno mismo podía llegar a ser aterrador. La culpa le devoraría. Repetiría una y otra vez cada segundo de esa noche, reviviendo una y otra todo aquello que no debería haber ocurrido jamás. ¿Qué recordaría más a menudo, el accidente o lo vivido en el anonimato de la habitación?

  Lo recordaría todo, tendría tiempo de sobra. Cada movimiento, cada respiración, cada palabra, cada vez que...
Recordaría el olor de la sangre y los ojos vacíos. Cada sorbo de whisky, el sonido terrible del cráneo fracturándose, todas y cada una de las farolas encendidas. Su furia. Su odio. Su propia estupidez.

  Allí sentado, mirando a través de los barrotes de su celda, temblaba al pensar en las dos horas que debería pasar cada día en la zona común. Se convertiría en la puta de alguien; sería fuerte, alto y musculoso. Sería blanco, de algún grupo de supremacía aria, un animal que había ido perdiendo todo rasgo de humanidad. Le humillaría, como había humillado él a ese hombre aquella noche. La desesperación que le haría sentir sería más afilado que mil cuchillos. Sería así día tras día, hasta que al fin un día dejaría de resistirse y aceptaría, sumiso, que su vida ya no le pertenecía. Su dueño le miraría y él acudiría. Su amo se bajaría los pantalones y él se arrodillaría. Y allí mismo, en medio del pabellón donde todos los presos les verían, chuparía esa polla hasta que se pusiera dura.

Pic by http://theminttu.tumblr.com/post/29730249413/rung-rungurnurng-ururrng