miércoles, 28 de mayo de 2014

...


La lluvia se cierne sobre nosotros. 

No es una lluvia fresca de textura esponjosa y delicada con tu piel. Esta lluvia azota con fuerza y malmete contra tus sentidos. Agria y compacta.

Después, una fugaz luminosidad en el horizonte lejano marca la soberbia majestuosidad de lo que viene a continuación. Como una cola que persigue al cometa, un inexorable y bien conocido ruido sordo traspasa mi alma, quebrándola en dos. 

Ya está aquí, mi cabeza murmura. 

El Ángel del Apocalipsis se acerca.

Agarro mis cosas con toda la fuerza que mis frágiles manos pueden, moviendo con prisa las piernas que se embadurnan de esa agua tan fiera. La Naturaleza está enfadada con la ciudad, sintiéndose más poderosa y sublime que todos nosotros. Pequeñas hormigas en un Universo de Caos. 

Los rayos son tan cegadores y los truenos tan retumbantes que siento como mi corazón se enciende a toda prisa. Siento tanto miedo que mi cerebro se paraliza, pero sé que a su mismo tiempo está trabajando como un motor a toda velocidad, como una bujía a punto de estallar por la presión del estrés.

Bum...Bum...Bum...

Creía que era mi corazón...Pero estaba realmente equivocada. Eran las estelas lumínicas que se agolpaban a mi alrededor creando la tormenta perfecta para un ser tan inferior como yo.

Pero aún no había visto nada. La verdadera función, el verdadero sentido de aquel estruendo estaba a punto de ser desvelado. 

En un abrir y cerrar de ojos, toda la ciudad se tornó oscuridad. Las luces de la calle murieron súbitamente cuando un rayo pegó en la tierra, fiero y veloz. La luz ya no existía, perecida bajo la omnipotencia del agujero negro de la tormenta. No podía ver más allá de mi nariz. Estaba perdida en mi propia existencia. 

Cuando creía que el miedo iba a arropar mi cuerpo bajo un manto de amargo sueño, la apoteosis comenzó. A lo lejos, muy a lo lejos en el cielo, una figura negra alada se acercaba a mi. Entre rayo y rayo, podía observar al borde de las lágrimas como esa figura era tan esbelta, alta y negra que parecía irradiar algo oscuro y profano en ella. 
Era una de las cosas más hermosas que había visto en toda mi vida.

Pronto, esa figura se posó en frente de mí para darme a entender que me estaba buscando. Su pelo largo y negro parecía flotar por sí sólo, como la misma oscuridad palpable que me atormentaba. Las alas estaban inmaculadas, ajenas al tumulto eléctrico que se cargaba a nuestro alrededor. El ambiente era una bomba de relojería a punto de estallar en una supercarga, y Él...Él me escudriñaba con unos ojos fijos y poderosos, como si ese mismo estado natural se produjese sólo con su presencia...

Sus iris me amedrentaban y al mismo tiempo me atraían sin perdón alguno. Me incitaban a jugar, volar, pecar. Entonces, y sólo entonces, supe que el momento había llegado. El Ángel de alas negras, el Ángel del Apocalipsis, el Ángel de las tormentas... Ahí estaba Él. Un dios personificando las más puras virtudes de un demonio caído: poder, oscuridad, tinieblas, destrucción y caos. 

Intenté abrir la boca para producir algún sonido. No hubiese gritado de miedo, ni hubiese preguntado qué hacía ahí. Estaba tan asustada que simplemente en mi mente sólo podía pasar una idea: que tuviese clemencia de mi pobre alma. Y le rogué la clemencia. Se la rogué clavando mis rodillas en el suelo, sintiéndome tan pequeña bajo su poderosa presencia que era como si fuese a morir de un momento a otro con un solo movimiento de su impenetrable mirada. 

Un resquicio de mi alma pareció olvidar por completo donde me hallaba y que ocurría a mi alrededor. El Ángel pareció entender y en un etéreo movimiento me abrazó contra su pecho, cubriéndome con sus alas y su frío calor. 

-No pretendas entender un fenómeno que está por encima de tu comprensión humana - habló por primera vez con voz dulce pero autoritaria, agarrándome con fuerza y sobre protección. 

Intenté mirarle a los ojos para comprender mejor cual era su propósito, pero pobre de mí...nunca pude saberlo. Sólo recordaré que volé lejos, muy lejos de ahí hasta que los rayos y truenos, la lluvia y la electricidad no me molestaron nunca más.

Un lugar donde estar a salvo. Donde yo era suya, yo estaba a su merced, y él era mi nuevo Amo. 














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