miércoles, 27 de diciembre de 2017

AAMFP (Amnesia A Machine

Había algo de desesperación en sus ojos, sólo mitigado por el ligero temblor de su esfínter y de la carne tiritante. El hedor allí era insoportable, por lo que procedí a taparme la boca y la nariz con mi inseparable pañuelo carmesí de bordes con filigranas doradas y con dos iniciales en una de las esquinas: O.M. Dejé de observar fríamente esos dos ojos que no me inspiraban ninguna lástima para alzar mi vista al techo donde se hallaban los conductos de ventilación llenos de grasa y polución. Estaban parados, quietos, inertes y eso provocaba que todos los gases gástricos y suciedad de desechos orgánicos se concentrase en la minúscula habitación, provocando una niebla malolienta de podredumbre que provocó un ligero malestar dentro de mi esófago. Apreté el pañuelo aún más contra mi boca y traté de no inspirar demasiadas veces ni con mucha vehemencia.


Giré lentamente la cabeza para observar a mi alrededor. Aunque los ventiladores estaban averiados, todo parecía seguir su orden de siempre. Los productos, enjaulados, se apiñaban unos encima de otros, nuevas adquisiciones provenientes de los barrios más sucios y bajos de Londres como podían ser Whitechapel u otras zonas repugnantes del East End. Asentí la cabeza y empecé a caminar por la oscuridad del recinto, entre las jaulas, observando detenidamente el estado deplorable de aquellos seres sin voz, voto o futuro. Estaban en un trance profundo a causa de las grandes cantidades de láudano que les estaban siendo administradas, y a lo largo de los meses aprendimos que era mejor así: Si el láudano acompañaba sus pensamientos, estos se tornaban mucho más apacibles y menos oscuros. Entonces todos ganábamos, puesto que así se evitaba que el producto hiciese daño a otros, a la maquinaría o incluso a sí mismo. No me juzguéis… Deberíais haberles visto. Eran los ejemplos más patéticos que alguna vez la Vida pudo dar a luz. Sus entrañas estaban frías y secas a causa de la inanición, sus pequeños pies no eran más que muñones grangrenosos. Sus bocas grises, sin dientes y con el olor de las cloacas. Sus manos sin uñas a ratos intentaban asir mis caros ropajes de seda y como respuesta, insistentemente les daba patadas hasta que oía el crujir de sus dedos. De todas maneras no íbamos a necesitar sus manos nunca más. Vosotros también hubieseis deseado deshaceros de esos pequeños bribonzuelos, de esos pequeños cerdos que no tenían donde caerse muertos. La limpieza étnica y genética era importante en el Nuevo Mundo que queríamos crear, por lo que alegremente no habría lugar para los impíos, fuesen de la clase que fuesen.


Al cabo de unos minutos, abandoné aquella hedionda pocilga para adentrarme aún mucho más abajo, en la zona de las calderas a presión. A medida que iba avanzando escaleras abajo, podía notar como el viento sofocante como los fuegos del infierno me iba acunando poco a poco, paso tras paso, hasta dejarme completamente exhausto. Allí estaba la caldera a presión, un enorme estómago de acero goloso e inexpugnable. Estas eran las verdaderas maravillas de la era moderna, un artefacto capaz de expulsar vapores tan calientes que fundirían hasta el propio metal. Pero aún así, a pesar de la belleza de aquella zona, no me detuve. Necesitaba hablar con el Arquitecto, necesitaba su consejo de una forma tan desesperada que era como si una rata carcomiese mi cerebro para abrirse paso al mundo exterior. Dónde estás…¿Dónde estás, gemelo mío?


-Mandus.


Una voz surgió de entre las tinieblas de mi pensamiento. Al principio era lejana, como el susurro del mar ahogándose en la lejanía. No sabía porque razón pero intenté no hacerle caso, aunque lo buscaba desesperadamente. Su majestuosa pero sádica voz se tornaba de cada vez más poderosa y no dejaba de atormentar mis pensamientos. No, Él era mis pensamientos.


-Mandus, ya no queda tiempo.


Me quedé en silencio, petrificado. Unas súbitas risas como de niños y dos pequeñas presencias pasaron a mi alrededor, casi rozando mis finos ropajes, erizandome la piel de la nuca y matando mi templo interior. Mi propio México se iba resquebrajando.


-Tenemos que aumentar el procesamiento. Ya no queda tiempo que perder, el Fin es inminente Mandus. Sólo quedan dos semanas para la cuenta atrás, para el cambio definitivo de Siglo. Hay que aumentar la producción, doblarla…¡Triplicarla si es necesario! Los pistones deben ir a la máxima velocidad posible, los humos se alzarán como nunca se han alzado en el cielo de esta ciudad, dejando todo inundado en un fuego tormentoso de cenizas y llama.


-¡Pero no hay suficiente cerdo en todo Londres como para hacerlo!


-Creo que estás equivocado, amigo mío.


Un estruendo repentino como el de un rayo destrozando la tierra dejó a Mandus quieto en el sitio durante unos segundos, tapándose la cabeza con sus dos manos, acongojado por tales sonidos. Después, el ruido frenético de maquinaría a toda velocidad empapó todos los rincones de la Fábrica de Procesamiento Mandus. Un ligero temblor de algo mucho más lejano y terrible sacudía los pies de Mandus, y poco a poco éste fue acostumbrándose de nuevo a los crujidos de metal a kilómetros de distancia, en el subsuelo cuyos pasillos ningún ser humano había estado antes. Entonces, Mandus corrió hacia su despacho que estaba a unos cientos de metros más allá de las calderas y al llegar, miró por una ventana circular al lado de su escritorio que daba directamente a la cinta de procesamiento, ya manchada de sangre y vísceras. Su sonrisa se iba haciendo más y más ancha y desquiciada a medida de el producto pasaba por la cinta.


Allí estaban.


La Máquina había creado un ingenioso sistema de recogida de producto. Este abría los conductos de las cloacas que pasaban por las principales calles de Londres y eso provocaba que las calles se abriesen como si de una trampilla se tratase, succionando todo lo que se podría encontrar encima de la misma. Nadie solía escapar de ese proceso de recolección. Entonces, el producto (aunque algo asustado y aturdido por la caída) iba viajando directamente por una serie de cintas hasta dar a la cinta de procesamiento principal, donde se encontraría con su inexorable destino. Ante mis dudas sobre si este método funcionaría por mi miedo a que el producto pudiese escapar o saltar de la cinta, la Máquina volvió a demostrarme como su prolífica y brillante mente funcionaba. La cabeza y extremidades del producto eran cogidas por unos brazos metálicos que los inmovilizaban, pero siempre manteniendo una postura perfectamente ergonómica y simple, esto es de manera horizontal y sin ningún tipo de dolor. Así es como iban pasando por delante de la ventana de mi oficina, y así es como nuestras miradas se unían en un pasional encuentro casi erótico: Ojos desorbitados de productos de todas edades y clases sociales se encontraban con los míos, y ahí podía ver la real condición humana, su verdadera razón de ser. Podía sentir su miedo, desesperación, llanto, odio, incomprensión, confusión, terror. Toda su vida sirviendo a un único propósito: Alimentar la Máquina, acabar con todos los males que asolaban ese mundo y la carga de sus pesados corazones. Su sacrificio sería siempre recompensando, les decía mientras posaba una mano sobre el caliente cristal y veía sus cuerpos maniatados pasar entre las sucias y estrechas galerías de la cinta. No tenían nada que temer, puesto que la Nueva Era que tenía planeada sería como el Paraíso en la Tierra.


Y cuando sus cuerpos débiles eran aturdidos para posteriormente ser desangrados y martirizados, mi mente se llenaba de júbilo. Oía a los hombres cerdo gritar en los pasillos mientras esperaban a las tripas del producto caer sobre sus bocas abiertas. La Máquina rugía con alegría y entusiasmo, mi mente explotaba en terribles orgasmos con sus gritos y su dolor.


¡¡Más sangre, más sangre!!


La sangre era el real fuel de los motores de la Nueva Era. En aquel momento lo comprendí más que nunca. Y ahora nada ni nadie pararía nuestro encuentro, nuestra cópula invernal.

El mundo se haría de nuevo, despertaría y abandonaría todas las antiguas creencias para dar paso a su nuevo DIos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario